María mujer judía que espera al Mesías 7 de diciembre de 2003
Introducción
Como todos los años por estas fechas, nos planteamos el tema de María, aunque falten algunos
debido al «puente» de estos días y hay otros que dicen no habérnoslo planteado nunca… Hoy
queremos verlo unido al tema de la mujer en la sociedad y en la Iglesia a lo largo de la historia de
nuestra cultura -pues hay otras- porque creemos que el modelo impuesto por la Iglesia de María
Virgen y Madre, ha tenido mucho que ver en la marginación de la mujer, que todavía hoy se da, sobre todo en la Iglesia.
A la fuerza de ese modelo ha contribuido que, aunque la considera intermediaria, la ha elevado
casi a la categoría de diosa, cosa que ha prendido muy bien en el pueblo, pues la imagen de un
dios masculino, Padre-Hijo, no cubre las necesidades del hombre, que necesita además de la figura
de la Madre. En la Salve, que resume los papeles que le ha dado la Iglesia a través de la historia,
prácticamente suplanta a la figura de Jesús, se dice que es la Señora, la Reina, la Virgen y a la vez
la Madre misericordiosa, la abogada nuestra, a la que clamamos en este valle de lágrimas, pues al
Padre Creador parece faltarle esa sensibilidad femenina.
Como sabéis, la divinidad no ha sido siempre masculina. Desde el principio, el concepto de
divinidad va unido a la vida, al asombro del hombre por la vida, a la vez que sabe que él no ha
creado la naturaleza y que incluso necesita protección frente a ella. En estas condiciones, la mujer,
como madre que da la vida y cuida a los hijos, aparece como imagen de la divinidad en los
primeros tiempos. Después se pasa del asombro y la veneración de la mujer fecunda a la tierra
fecunda, ampliando el concepto de la Diosa Madre femenina a todo el universo. Luego aparece en
los mitos el esposo con un rango inferior.
Pero al cambiar las circunstancias sociales, el dios masculino con el papel de fecundador de la
Gran Madre, subordinado a ella y de cuyo matrimonio se deriva su divinidad, va a pasar el que tiene el cetro, la encamación de la ley, el dios poderoso. Yahvé será también el Dios de los ejércitos y el que dicta las leyes. La mujer valorada desde el principio por su fecundidad, va a ser a
la vez prisionera de ella y el papel social lo desempeña el hombre.
Pero en la Biblia, a pesar del concepto negativo que transmite de Eva (menos del que se le ha dado después), se dice que Dios hizo al hombre a imagen y semejanza suya, varón y mujer. Y hay
historias de mujeres importantes en la vida del pueblo: la prostituta Rahab, la extranjera Ruth, las
salvadoras del pueblo Judit, Ester, la jueza Débora. A pesar de la sociedad patriarcal, en el
Evangelio las mujeres son las que anuncian la resurrección.
Pero de ahí a la estigmatización de la mujer como hija de Eva [leer un texto de Tertuliano de la
Revista Éxodo] y a la casi divinización de María en contraposición (Madre de Dios, corredentora,
inmaculada, subida al cielo en cuerpo y alma) hay mucha historia encima hecha por hombres. De
María no se cuenta prácticamente nada en los Evangelios, sencillamente porque no tenía ningún
interés contarlo. El protagonista del mensaje era otro.
Lo que se dice de ella en el ciclo, de carácter maravilloso, de la infancia no es más que para
enlazar con el A.T.: la profecía de la Virgen de Isaías (7, 14) por Mateo, el canto de Ana, la madre
de Samuel (I Sam 2) para el Magníficat por Lucas (que hará otro paralelismo con I Sam 2, 26).
Sólo la vemos como madre, haciendo lo que haría cualquier madre.
Pero sobre eso la Iglesia monta una figura con dogmas y todo, que sirva no sólo casi de diosa
madre complementaria de un Dios masculino, sino además de modelo para las mujeres en un
mundo dominado por los hombres [leer texto tomado de la Revista Éxodo].
Canción: “Ven, ven , ven, Señor no tardes”, pág. 38.
Lecturas
1ª Génesis 1, versículo 27
2ª del libro de Saramago: El Evangelio según Jesucristo.
Sobre las dotes de María, solo buscando mucho, e incluso así, no hallaríamos más de lo que legítimamente cabe esperar de quien no ha cumplido siquiera los dieciséis años y, aunque mujer casada, no pasa de ser una muchacha frágil, cuatro reales de mujer, por así decir, que tampoco en aquel tiempo, y siendo otros los dineros, faltaban estas monedas. Pese a su débil figura, María trabaja como las otras mujeres, cardando, hilando y tejiendo las ropas de casa, cociendo todos los santos días el pan de la familia en el horno doméstico, bajando a la fuente para acarrear el agua, luego cuesta arriba, por los caminos empinados, con un gran cántaro en la cabeza y un barreño apoyado en la cintura, yendo después, al caer la tarde, por esos caminos y descampados del Señor, a apañar chascas y rapar rastrojos, llevando además un cesto en el que recogerá bosta seca del ganado y también esos cardos y espinos que abundan en las laderas de los cerros de Nazaret, de lo mejor que Dios fue capaz de inventar para encender la lumbre y trenzar una corona. Todo este arsenal reunido daría una carga más apropiada para ser transportada a casa a lomo de burro, de no darse la circunstancia de que la bestia está adscrita al servicio de José y al transporte de los tablones.
Descalza va María a la fuente, descalza va al campo con sus vestidos pobres que se gastan y ensucian más en el trabajo y que hay que remendar y lavar una y otra vez, para el marido son los paños nuevos y los cuidados mayores, mujeres de éstas con cualquier cosa se conforman. María va a la sinagoga, entra por la puerta lateral que la ley impone a las mujeres, y si, es un decir, se encuentra allí con treinta compañeras, o incluso con todas las mujeres de Nazaret o con toda la población femenina de Galilea, aún así tendrán que esperar a que lleguen al menos diez hombres para que el servicio de culto, en el que sólo como pasivas asistentes participarán, pueda celebrarse. Al contrario de José, su marido, María no es piadosa ni justa, pero no tiene ella la culpa de estas quiebras morales, la culpa es de la lengua que habla y de los hombres que la inventaron, pues en ella las palabras justo y piadoso, simplemente, no tienen femenino.
Evangelio:”Lucas, cap.1, vers. 39-45.” Magníficat 1-3,6 y 7 Ameli/Maruja
¨ ¿Qué significa para nosotros la Virgen María, si la quitamos los añadidos de la Iglesia y atendemos a lo poco que dice el Evangelio de ella?.
¨ ¿Es importante en nuestra vida?.
¨ ¿Somos capaces de formarnos una idea más real de María?.
Ofertorio
Canción: “Santa María del Camino”, pág. 38
Ofrendas:
¨ Mujer afgana.
¨ Violencia de género.
¨ Incorporación de la mujer a Universidad (ficha) y mujeres teólogas (revista)
ANÁFORA
Otra vez, Señor, nos sorprendes con la fiesta de María.
Otra vez se nos invita a celebrar la Inmaculada Concepción de María.
Otra vez, unos nos llenamos de alegría y otros nos quedamos fríos ante la invitación:
¿Por qué y para qué celebrar esta fiesta, como fiesta nacional?
¿Qué significa para todos nosotros la Virgen María?
Nos ha inquietado la pregunta, Señor, y hemos reflexionado:
¿Por qué la humanidad más primitiva adoró a una única diosa-madre de todo viviente?
¿Por qué el cristianismo ha colocado a María por encima de toda persona humana, al
considerarla Madre de Dios?
¿Por qué una piedad cristiana, popular la venera y quiere más que al mismo Dios?
¿Será, Señor, que la humanidad padece una deuda con la mujer?
¿Será que la implantación del patriarcado y el dominio de lo masculino
han dejado a la humanidad desnaturalizada y enferma para su plena realización?
¿Aún no entendemos que las expresiones bíblicas: “hombre y mujer los creó” y “tomó
una costilla de Adán y formó a la mujer” solo expresan la radical igualdad, sobre la
natural diferencia, de la especie humana.
Nuestra comunidad se reconoce sana, porque valora justamente todo lo femenino
En la estructura misma de ser humano y su función en el desarrollo de la sociedad.
Estamos contentos por ello, y te damos gracias, porque has ido conduciendo nuestros pasos, y en ellos queremos seguir.
Santo, Santo, Santo….
Dios nuestro, Madre y Padre de nuestra existencia.
Reunidos, una vez más, en torno a la mesa de Jesús, que será siempre la mesa de la humanidad, llamada por igual a su plena realización
Añoramos aquella primitiva concepción de la divinidad, tan tierna y tan entrañable,
Como la madre común, que engendra, cobija y se entrega a sus hijos por entero.
Estamos queriendo recuperar, todavía tímidamente, esa vivencia original, y nos atrevemos a invocarte Dios Padre-Madre.
Quizás queremos borrar aquellas visiones del Dios belicoso, vengador hasta la aniquilación del supuesto enemigo; Organizador frío y calculador de la vida; distribuidor caprichoso de milagros para unos, oidor selectivo de las súplicas de otros, para solucionar sus dificultades.
La sociedad y la Iglesia con ella, se han adueñado de este dominio patriarcal y han anulado prácticamente la impronta de lo femenino en la vida humana.
Para recuperarlo, nos hemos encontrado con la figura de María, entronizada como reina, coreada con títulos extraños, que nada tienen que ver con la realidad de la mujer judía,
Escogida por ti para ser madre del Mesías esperado por su pueblo, El Cristo, que reconocemos como Salvador, Vida, Verdad y Camino.
En nada ha ayudado esto, Señor Padre y Madre, a dignificar la función de la mujer en la vida
minusvalorada en el puesto de trabajo y en su remuneración, su consideración de ama de casa es objeto de los más extremos malos tratos; y, a pesar de ser abrumadora mayoría en las iglesias,
tiene vedado todo poder en la toma de decisiones.
Jesús, nuestro Hermano primero y mayor, nos enseñó a verte como Amante y Amado, en la relación de Esposo y Esposa; nos dijo que cuidas de nosotros “como la gallina de sus polluelos”,
nos presentó a mujeres que acompañaron su camino, le siguieron hasta la cruz, se hicieron cargo de su cuerpo muerto y del anuncio de su resurrección; nos presentó a María, su madre, como una judía creyente, mujer normal de su pueblo.
Todos nosotros recogemos, también en esto, el legado de Jesús.
Dios nuestro, eres para nosotros, el origen de la ternura, la sensibilidad, la belleza, el amor, todo ello tan femenino.
Quisiste que la madre de Jesús fuera modelo de ciudadana, de mujer y de creyente, tan lejos todo ello de las glorias, que separan a María de nosotros.
Y quieres que la mujer, toda mujer, sea reconocida con la misma capacidad para desempeñar todas las funciones necesarias en la sociedad y en las religiones.
También esto nos encargó Jesús, que hagamos en memoria suya, cuando, reunido en torno a la mesa, sólo acompañado de hombres, según los escritos tomó el Pan y les invitó a compartirlo – ¿cómo no compartir todo con Él?
Mientras les decía:
TOMAD Y COMED TODOS….
Luego insistió en el encargo, con signos de generosidad, al alzar la copa de vino:
TOMAD Y BEBED TODOS. ES LA COPA DE MI SANGRE…
Aquí estamos, Señor, como en el cenáculo, contemplando aquel proyecto de vida y aquel modo de ser que Jesús nos quería transmitir en su despedida:
María estaba allí, la primera y más fiel creyente en la palabra de su Hijo; allí estaban las mujeres, que, sin nombramiento, seguían fieles a Jesús; allí estaban los duros hombres de mar, los apóstoles,
en una escena llena de ternura de despedida, de aliento de promesas, poseídos del temor a quedar solos, sin saber el camino a seguir; allí estábamos todos, como estamos hoy en todos los rincones del planeta, atentos a la oración de Jesús: “que todos sean uno”.
Como si previera todas las rupturas futuras de la humanidad, como si de niños traviesos, que rompen sus juguetes, se tratara. Él sigue pidiendo para nosotros: Ni judío, ni griego; ni iraquí, ni aliado; ni del norte, ni del sur; ni rico, ni pobre; ni gobernante, ni súbdito; ni empresario, ni obrero;
ni sacerdote, ni laico; ni sabio, ni ignorante; ni hombre, ni mujer; ni justo, ni pecador; ni diferencia alguna real os distingue ante el Amor de Dios, que llama a todos a ser humanidad fraterna, humanidad dichosa de estar construyendo su propia felicidad.
(Aquí se invita a rezar juntos el Padre Nuestro)
Padrenuestro y a la Paz.
Comunión
Canción:”Un pueblo que camina”, pág. 39.
Oración Final
Señor: Hemos reflexionado sobre nuestras actitudes en relación con la diferencia de género y la igualdad de dignidad, y nos hemos encontrado culpables.
Culpables de indiferencia, de no creernos que nosotros también formamos parte del colectivo a quienes no preocupa esa historia de discriminación y humillación.
Que esta celebración sirva, al menos, para que avancemos un poco, nada más que un poco.
En el nombre del Padre y de la madre y de los Hijos y de su Espíritu, vayámonos en paz.
Avisos y comunicaciones.
EL EVANGELIO SEGÚN JESUCRISTO (J. Saramago, p. 26 –27)
Sobre las dotes de María, solo buscando mucho, e incluso así,
no hallaríamos más de lo que legítimamente cabe esperar de quien no ha cumplido siquiera los dieciséis años y, aunque mujer casada, no pasa de ser una muchacha frágil, cuatro reales de mujer, por así decir, que tampoco en aquel tiempo, y siendo otros los dineros, faltaban estas monedas. Pese a su débil figura, María trabaja como las otras mujeres, cardando, hilando y tejiendo las ropas de casa, cociendo todos los santos días el pan de la familia en el horno doméstico, bajando a la fuente para acarrear el agua, luego cuesta arriba, por los caminos empinados, con un gran cántaro en la cabeza y un barreño apoyado en la cintura, yendo después, al caer la tarde, por esos caminos y descampados del Señor, a apañar chascas y rapar rastrojos, llevando además un cesto en el que recogerá bosta seca del ganado y también esos cardos y espinos que abundan en las laderas de los cerros de Nazaret, de lo mejor que Dios fue capaz de inventar para encender la lumbre y trenzar una corona. Todo este arsenal reunido daría una carga más apropiada para ser transportada a casa a lomo de burro, de no darse la circunstancia de que la bestia está adscrita al servicio de José y al transporte de los tablones.
Descalza va María a la fuente, descalza va al campo con sus vestidos pobres que se gastan y ensucian más en el trabajo y que hay que remendar y lavar una y otra vez, para el marido son los paños nuevos y los cuidados mayores, mujeres de éstas con cualquier cosa se conforman. María va a la sinagoga, entra por la puerta lateral que la ley impone a las mujeres, y si, es un decir, se encuentra allí con treinta compañeras, o incluso con todas las mujeres de Nazaret o con toda la población femenina de Galilea, aún así tendrán que esperar a que lleguen al menos diez hombres para que el servicio de culto, en el que sólo como pasivas asistentes participarán, pueda celebrarse. Al contrario de José, su marido, María no es piadosa ni justa, pero no tiene ella la culpa de estas quiebras morales, la culpa es de la lengua que habla y de los hombres que la inventaron, pues en ella las palabras justo y piadoso, simplemente, no tienen femenino.