LA CRISIS ACTUAL Y SUS VÍCTIMAS
Los significados del término crisis son bastante numerosos, se han ido agotando en el mundo occidental a partir de 2007 en que en el centro del mundo (o sea en Estados Unidos) el sistema económico y con él el gran mito liberal de la llamada confianza se empieza a tambalear. El gran artilugio de la economía, que, según sus profetas es el dechado de la supuesta racionalidad, da muestras de disfunciones, de fallos (y como resulta que el fondo del concepto es, precisamente esa confianza que tiene la etimología de la FE tan vituperada por los hijos y nietos de la intocable ilustración), el sistema entra en algo parecido a los momentos de pánico que suelen preceder a un accidente aéreo, también protagonizado por una máquina perfecta.

Vuelven a la memoria de los mayores aquellos viejos sermones católicos  en los que se recordaba el naufragio del inolvidable Titanic y la condena de la soberbia humana de la técnica frente al poder natural que se identificaba con la mano poderosa de la ira de Dios. En 2007, 2008 y hoy, la divinidad ya no aparece, antes era un recurso fácil pero en el siglo XXI resulta que los liberales ya no tienen a quien echar la culpa del desaguisado pues se la tendrían que atribuir a su codicia y a su incompetencia, pero no es la humildad su virtud precisamente.
En ese año de los comienzos se conmemoraba el 18 aniversario de aquello del muro de Berlín y desde Inglaterra ya se había dogmatizado aquello de que no hay alternativa al capitalismo liberal.
Pero como esto de la democracia formal condena la dureza y a las guerras se les llama operaciones de paz, la situación no puede ser realmente diseccionada; eso es peligroso para esa paz.
Como oficialmente no hay más opciones para la sociedad se ha elegido eso del más de lo mismo. Y los malos tratamientos se recetan pero en cantidades masivas: al que padece diarrea se le prescribe una purga y todos tan contentos con la pócima de los economistas.
Con horror se hace leer a los niños historias sobre  civilizaciones no ilustradas en cuyas religiones se prescribían sacrificios humanos. Pero resulta que en nuestros pagos civilizados tenemos una diosa sanguinaria (LA ECONOMÍA) en cuyo altar matemático e informático se inmolan las vidas de millones de seres humanos en el sur y en el norte, ya que ella exige renuncias, recortes, flexibilidades y deslocalizaciones. Además, y como vieja teología de poder, la economía ordena que se acaten sus mandatos sin que se entiendan;  a ella le gusta el recorte pues ¡a recortar¡ pensando en un futuro que resulta que ya es pasado.

 De seguro que esta señora hubiera crucificado a JESÚS DE NAZARET, tan claramente irreverente con el dinero, tan claro y duro con las codicias y las ostentaciones
De repente los pueblos del Islam, tan cercanos y olvidados por nosotros, con tantos ricos epulones y con tantas y tantas víctimas, nos dan cada día el ejemplo de una divina barbaridad; ante la fuerza de la justicia de los pueblos el altar de la economía tiembla, pues bien se sabe que el dinero siempre es miedoso y solamente el secreto bancario suizo es capaz de amparar su cobarde inmoralidad inhumana.

Con el humanismo total de la herencia cristiana y un total rechazo de esta triste abdicación que es lo políticamente correcto, debemos empezar a caminar recordando también que aquel hombre bueno fue condenado por el sanedrín o curia romana de su tiempo. Sin duda que hay alternativa: nuestra tarea será contribuir a ella desde nuestra pequeñez humana, a elaborarla junto con otros muchos y otras muchas victimas también de este pecado viejo y feo del mercantilismo rebautizado hoy como competitividad.    
                                                                                                      Madrid, abril 2011