LA CRISIS ACTUAL Y SUS VÍCTIMAS
Dentro de nuestro esquema VER, JUZGAR y ACTUAR, qué mejor referencia que el pasaje de Mateo (Las Bienaventuranzas) que constituye el eje sustancial de la doctrina del Reino de Dios predicado y practicado por Jesús.
El mensaje central esta destinado a la solidaridad y opción por los pobres, tanto de espíritu como de bienes, es decir las victimas de la sociedad establecida en cada momento.
Frente al afán de propiedad y la codicia, las primeras comunidades cristianas cultivaban la «comunidad» de corazones y de bienes (“koinonía”), y ninguno tenía necesidad, porque los bienes de todos estaban a disposición de todos (Hechos 2, 45).
El cristianismo, como vida vivida, es amor de fraternidad y es «comunidad de corazones y de bienes». Evidentemente, la comunidad de bienes como afirmación del kerigma (anuncio primitivo) no es positivamente una afirmación de tipo jurídico. No se propugna una ley cristiana que proscriba jurídicamente la propiedad privada. La exigencia de «comunidad» de corazones v de bienes es de tipo ético-religioso, pero efectivo. No hay cristianismo sin comunidad de corazones, y no hay comunidad de corazones sin efectiva comunidad de bienes.
El Nuevo Testamento no da un modelo jurídico de organización del derecho del Estado, pero sí da una norma religiosa perentoria: «Compartiras todas las cosas con tu prójimo y no dirás que algo es propio tuyo; porque si en lo incorruptible sois copartícipes, ¿cuánto más en las cosas corruptibles?» Este texto se encuentra reproducido a la letra en dos documentos antiquísimos (de la primera mitad del siglo II), la llamada carta a Bernabé (procedente probablemente de Alejandría,) y la Didajé (procedente probablemente de Siria). Estas palabras proceden, sin duda, de una fuente anterior, que puede ser considerada como la obra cristiana más antigua de la edad apostólica. De aquí la enorme importancia de este documento, que nos hace comprender el valor normativo de las descripciones de Lucas.
En la sociedad occidental, es decir en nuestras ciudades, en nuestras calles y plazas, tendríamos que descubrir quienes son los bienaventurados que lloran, tienen hambre y sed, y los que son perseguidos por causa de la justicia social.
Ellos son las víctimas del sistema social, los emigrantes, las mujeres, los niños, los ancianos, los que no son capaces de competir, y todos aquellos que están fuera del sistema establecido.
Madrid, abril 2011