José Ramón Amor Pan
La instauración del Día de África tuvo lugar en el 2002 en Sudáfrica con el objetivo de perpetuar aquel 25 de mayo de 1963, fecha de la proclamación oficial de la primera organización panafricanista y, con ello, perpetuar el sueño de unidad y solidaridad inter africana por el que tanto habían luchado los padres de la independencia africana.
Son 53 países, mil millones de personas y abundantes recursos naturales como pesca, petróleo, madera, diamantes, coltán… Pero estos importantes recursos se los siguen llevando las compañías extranjeras que los explotan y apenas llega nada a la población, la mitad de la cual es analfabeta. En muchos de estos países, aparte de una fábrica de cervezas o refrescos, no hay industria. Por eso es también el continente más pobre, con una esperanza de vida inferior a 50 años, donde 14.000 niños mueren diariamente de hambre, donde muchos jóvenes no dudan en subirse a una frágil patera para llegar a Europa…
Por desgracia los medios de comunicación occidentales solo se ocupan de África en los conflictos, hablan de la imponente corrupción de sus políticos y de las enfermedades y la pobreza que diezman su población. Sin embargo, África es también un continente lleno de esperanza y de futuro, un futuro que pasa porque su población se implique en una lucha seria por su propio desarrollo, sin buscar o esperar del exterior la solución a sus problemas. La conmemoración de hoy es una gran oportunidad para reivindicar otra imagen de un continente rico de recursos naturales y humanos y, sobre todo, pleno de dignidad. No se me olvidará mencionar que en este continente hay buenos samaritanos que se esfuerzan en ayudar a su población; como el sacerdote Desiré Kouakou Tanoh, quien, desde Mazaricos, intenta poner en marcha un amplio proyecto de desarrollo en su natal Costa de Marfil. En fin, un mundo que revuelve Roma con Santiago y saca miles de millones de euros para salvar su sistema financiero tiene que encontrar medios para hacer que este continente pueda tener futuro, porque lo contrario sería una absoluta indecencia. Nuestros propios problemas no pueden llevarnos a olvidar los de aquellos que, ciertamente, sufren mucho más que nosotros.