En ocasiones la vida nos golpea fuertemente y no sabemos cómo reaccionar frente al dolor. Necesitamos distanciarnos de nuestros propios sentimientos y aprender a leer los acontecimientos con serenidad.
Dicen los entendidos que el dolor y el sufrimiento ayudan a madurar. Es cierto, cuando intuimos la pérdida de alguien que consideramos importante, parece como si nuestras antenas se abrieran y nuestros ojos se agrandasen.
La sensibilidad que brota por los poros de nuestra piel parece estar dormida en la vida diaria. Muchas veces negamos todo asomo de ternura como si nos estuviese prohibido demostrar cariño, cercanía, debilidad por las personas que nos importan.
Cuando imagino a Jesús con su amigo Lázaro, con María Magdalena, con Pedro y tantas personas cercanas a Él, en su historia terrena, vienen a mi mente las personas que son la ternura de Dios en mi historia y me reprocho fuertemente la poca liberad que me mueve en mis relaciones con ellas.
Jesús ”conocía” la pasta de la que estaban formados sus amigos, conocía sus cualidades, sus defectos, su forma peculiar de ser. El Señor nunca etiquetó a nadie, nunca exigió cambios drásticos. Respetó el proceso de cada uno, amándoles desde lo profundo de su corazón.
A mí me cuesta amar de esa manera, he de confesarlo… amo a los marginados, los débiles los pequeños, pero mi corazón se resiste a amar a los más cercanos, las personas que caminan conmigo pero no lo hacen a mi propio ritmo o con mi estilo.
En una ocasión a raíz de unos ejercicios ignacianos que realicé en Uruguay, vino fuertemente a mi mente el corazón de Cristo, pero no ese corazón sangrante que presentan tantas estampas de piedad religiosa; era un corazón palpitante que no podía estar quieto.
Pude leer en aquella imagen cuál era el estilo que tenía que impregnar mi vida. El latir de Cristo, me golpeaba intensamente e hice el firme propósito de envolver mi vida con ese latido, sin permitirme descanso en ello.
Hoy , desde la serenidad confiada de no saberme perfecta, desde la aceptación de mi frialdad, agresividad y cerrazón en muchos momentos de mi vida, sigo apostando por ese amor que engrandece cuando me detengo y contemplo a los demás como reflejos de Dios y no como espejismos de mis ilusiones.
He experimentado, cuando he visto la bondad de otras personas, que Dios no quiere heroicidades ni grandes promesas de virtud en mi vida. Él simplemente ESPERA, con la certeza y la confianza de que cada día prenderé un poco más del amor; amando.
Angelita