El Grupo de Reflexión dedicó gran parte de la reflexión del curso 2023-24 al libro de Leonardo Boff “El cuidado esencial”, presentando a la Comunidad en reuniones y asambleas alguna de sus reflexiones. También una ponencia en la Asamblea de XnosdeB de Madrid.

Recogemos ahora  la reflexión sobre el Punto 10 del Capítulo 9 del libro de Boff citado que lleva por título: El cuidado del de nuestra gran travesía, la muerte.

Texto

La entropía se manifiesta en todas partes y también en el tejido de nuestra vida, hasta consumir todo nuestro capital energético. Entonces morimos. Es el final del «hombre-cuerpo».

¿Qué pasa, entonces, con el «hombre-alma-espíritu»? ¿Cuál es su destino?

El «hombre-alma-espíritu» sigue otro camino. Al sumergirse en este mundo empieza a nacer, va naciendo cada día más, hasta acabar de nacer. Un atento análisis existencial revela la presencia de dos curvas en la existencia humana: la curva del «hombre-cuerpo» y la curva del «hombre-alma-espíritu».

La curva del «hombre-cuerpo» sigue este recorrido: nace, crece, madura, envejece y muere. La muerte no viene de fuera, sino que es un proceso interior de la vida que consiste en la pérdida progresiva de la fuerza vital.

La otra curva, la del «hombre-alma-espíritu», sigue un recorrido inverso. Nace, empieza como un pequeño signo, se va abriendo, actualiza potencialidades como hablar, relacionarse, amar…, va naciendo cada vez más hasta acabar de nacer.

Pero, ¿cuándo acaba de nacer? Cuando las dos curvas existenciales se cortan. En esa intersección tiene lugar la muerte real.

¿Qué significa la muerte? Para el «hombre-cuerpo» representa el término de su camino por este mundo espacio-temporal. Para el «hombre-alma-espíritu» significa la posibilidad de una plena realización de sus dinamismos latentes que no conseguían eclosionar debido a los condicionamientos del espacio y del tiempo.

La muerte del «hombre-cuerpo» tiene como misión hacer caer todas las barreras. Y así el «hombre-alma-espíritu» se libera de todas las ataduras y su impulso interior puede realizarse según la lógica infinita. La inteligencia, que veía en penumbra, ahora ve a plena luz; la voluntad, que se sentía condicionada, ahora irrumpe hacia la comunión inmediata con el objeto deseado; el cuidado esencial, que se ejercía de manera ambigua, ahora encuentra su plena autenticidad; el cuerpo, que nos permitía la comunión con los otros y nos distinguía de ellos, se experimenta ahora como expresión plena de la unión con la totalidad del cosmos.

En la muerte tiene lugar, por tanto, el verdadero nacimiento del ser humano. Este pasa por una implosión y explosión de su identidad plena. El cristianismo llama resurrección a este momento de absoluta realización.

La resurrección es mucho más que la reanimación de un cadáver y la vuelta a la vida anterior. La resurrección es la plena concretización de las virtualidades presentes en el ser humano. Los apóstoles testimoniaron que este dichoso acontecimiento se realizó en Jesús de Nazaret al morir en la cruz. Por eso se le presenta como el «último Adán» (1 Cor 15, 45), la nueva criatura que ha acariciado el final de los tiempos. Es el símbolo real de que el ser humano puede nacer definitivamente.

Desde esta perspectiva, no vivimos para morir. Morimos para resucitar, para vivir más y mejor. La muerte significa la metamorfosis hacia ese nuevo «modo-de-ser» en plenitud. Al morir, el ser humano deja atrás un cadáver. Es como el capullo que contenía la crisálida. Cae el capullo y sale una radiante mariposa, la vida en su entera identidad. Es la resurrección ya en la muerte.

El sentido que damos a la vida depende del sentido que damos a la muerte. Si la muerte es el final definitivo, entonces de poco valen tantas luchas, tanto empeño y sacrificio. Pero si la muerte es el «final-meta-alcanzada», entonces significa un peregrinar hacia la fuente. Pertenece a la vida y representa la sabia manera que la vida misma descubre para alcanzar una plenitud que se le niega en este universo, demasiado pequeño para su impulso y demasiado estrecho para sus ansias de infinito.

Sólo el Infinito puede saciar una sed infinita. Cuidar de nuestra gran travesía supone interiorizar una comprensión esperanzadora de la muerte. Es cultivar nuestro anhelo del Infinito, impidiendo que se identifique con objetos finitos. Es meditar, contemplar y amar al Infinito como nuestro verdadero Objeto de deseo. Es creer que, al morir, caeremos en sus brazos para el abrazo sin fin y para la comunión infinita y eterna. En definitiva, es realizar la experiencia de los místicos: la vida amada en el Amado transformada.

Notas de Carolina

El sentido que le damos a la vida depende del sentido que la damos a la muerte.

Según Boff en la vida humana hay dos curvas existenciales: curva hombre –cuerpo, que nace, crece, madura, envejece y muere;  es un proceso de progresiva pérdida de fuerza vital, en cambio  curva hombre –alma-espíritu  es un recorrido inverso desde un pequeño signo, actualiza potencialidades como hablar, relacionarse, amar así va creciendo  y termina  de nacer cuando las dos curvas existenciales  se cortan. En la intersección de ellas tiene lugar la muerte.

Para el hombre cuerpo la muerte es el termino del camino espacio –temporal, para el hombre alma-espíritu es la posibilidad de la plena realización de sus dinamismos latentes que no conseguía eclosionar debido a los acondicionamiento del espacio y tiempo; así se libera de ataduras y su impulso interior puede realizarse según la lógica infinita.

Para Boff en la muerte tiene lugar el verdadero nacimiento del ser humano, es una implosión  y explosión de su identidad plena. El cristianismo  le llama resurrección a este momento de absoluta realización, es la plena concretización de las virtualidades presente en el ser humano.

Cuidar de nuestra  gran travesía supone interiorizar una comprensión esperanzadora de la muerte. Es cultivar nuestro anhelo del infinito, impidiendo que se identifique con objetos finitos. Es meditar, contemplar, y amar al infinito como nuestro verdadero Objeto de deseo.

“La vida amada en el Amado transformada”

Para terminar este capítulo  adjunto los últimos diálogos del Principito, que en mi parecer reflejan  bellamente  la Gran Travesía.

“” La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido… -¿Qué quieres decir? -Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben reír! Y rió nuevamente. -Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: «Las estrellas me hacen reír siempre». Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada… Y se rió otra vez. -Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír… Una vez más dejó oír su risa y luego se puso serio. -Esta noche ¿sabes? no vengas… -No te dejaré. -Pareceré enfermo… Parecerá un poco que me muero… es así. ¡No vale la pena que vengas a ver eso…! -No te dejaré. Pero estaba preocupado.

-Te digo esto por la serpiente; no debe morderte. Las serpientes son malas. A veces muerden por gusto… -He dicho que no te dejaré. Pero algo lo tranquilizó. -Bien es verdad que no tienen veneno para la segunda mordedura… Aquella noche no lo vi ponerse en camino. Cuando le alcancé marchaba con paso rápido y decidido y me dijo solamente: -¡Ah, estás ahí! Me cogió de la mano y todavía se atormentó: -Has hecho mal. Tendrás pena. Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad. Yo me callaba. -¿Comprendes? Es demasiado lejos y no puedo llevar este cuerpo que pesa demasiado. -Seguí callado. -Será como una corteza vieja que se abandona. No son nada tristes las viejas cortezas.

Yo me callaba. El principito perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo: Será agradable ¿sabes? Yo miraré también las estrellas. Todas serán pozos con roldana herrumbrosa. Todas las estrellas me darán de beber. Yo me callaba. -¡Será tan divertido!

Tú tendrás quinientos millones de cascabeles y yo quinientos millones de fuentes… El principito se calló también; estaba llorando. -Es allí; déjame ir solo. Se sentó porque tenía miedo. Dijo aún: -¿Sabes?… mi flor… soy responsable… ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo… Me senté, ya no podía mantenerme en pie. -Ahí está… eso es todo… Vaciló todavía un instante, luego se levantó y dio un paso. Yo no pude moverme. Un relámpago amarillo centelleó en su tobillo. Quedó un instante inmóvil, sin exhalar un grito. Luego cayó lentamente como cae un árbol, sin hacer el menor ruido a causa de la arena.

Resumen de la reunión del 15 de mayo del 2025

Tema: El cuidado de la gran travesía. (Boff cap.9 punto 10. El cuidado esencial) Es la segunda vez que hablamos de este tema, de lo que pensamos acerca de la muerte, el paso a la otra vida, la resurrección…

Nos encontramos en una situación, por nuestra edad y la de la comunidad, en la que se nos presenta con mucha frecuencia el tema de la gran travesía tanto la nuestra como la de los demás cercanos en la familia, los amigos, la comunidad. Tenemos los ejemplos cercanos de Blas, del Papa, de familiares cercanos del alguno del grupo.

Boff dice que cuando morimos es cuando nos realizamos. Es cultivar nuestro anhelo de Infinito, es meditar, contemplar y amar al Infinito. Es creer que caeremos en sus brazos para el abrazo sin fin y la comunión infinita y eterna.

Pero ¿qué significa nuestro anhelo de Infinito? ¿Qué es el Infinito para Boff? Sabemos que la resurrección de Jesús provocó en sus seguidores una necesidad de contar lo que Él había hecho y contado. Se convirtieron en transmisores de su mensaje y su vida. Una parte del grupo piensa que una vez hayamos muerto, lo que queda es lo que recuerden de nosotros, de nuestra vida, nuestro testimonio, nuestras acciones: esa puede ser nuestra “resurrección”. En la medida en que exista y se mantenga ese recuerdo, esa memoria estaremos resucitando, transcendiendo.

En la cultura Latinoamericana la persona vive mientras permanece en el recuerdo, no tienen una concepción tan trágica de la muerte como nosotros que hemos tenido una religión del miedo, el pecado y el castigo.