Resumen del Taller I, 2011

 I.-PUNTOS DE APOYO

 La relectura de los textos de J.M. Diez Alegría 40 años después de su publicación nos reafirma y fortalece, a la vez que nos interpela, sobre la hondura de un Cristianismo de Justicia y Amor que redescubrimos como tradición original y genuina de las primeras generaciones de cristianos.

En ese repaso, sosegado y reflexivo, se constata que la idea de justicia en el evangelio coincide esencialmente con el anuncio del Reinado de Dios. La Justicia aparece esencialmente vinculada a la novedad del Reino anunciado por Jesús y entronca con la tradición profética del A. Testamento sobre el Reino prometido para el pueblo fiel y leal. “El Reino de Dios es que fluya el Derecho como agua, la Justicia como un torrente inagotable (Amós 5,24);Hacer justicia cada mañana y salvar al oprimido de la mano del opresor(Jer. 21,11); o, tal como lo describe Isaías, abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no cerrarte a tu propia carne (Is. 58, 6-7)

 

Los términos Justicia y Reino de Dios resultan tan coincidentes que son intercambiables. La Justicia es un asunto tan primordial del reinado de Dios que Jesús lo propone como quehacer suyo fundamental, según Lucas 4,18-21″. De modo que se puede ya adelantar que, para el cristiano se trata de ‘buscar la Justicia del Reino’, porque, según Jesús, ese es el reino de la Justicia querido por Dios.  

Así se plasma en tres pasajes centrales del evangelio: a) el canto del Magnificat, (“derriba del trono a los poderosos y encumbra a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío” Lc. 1,46-55), b) el anuncio programático de la misión de Jesús (“Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos,… (Lc. 4, 14-21); y c) el discurso de la montaña (Mt 5:3-12). Y lo mismo se prolonga en las cartas de Pablo.

De donde se concluye que la justicia en el N.T. es aquella que esperan los pobres, los más débiles, las víctimas y que forzosamente ha de tener concreción histórica como justicia social. El contenido de la Justicia, nos recuerda Diez Alegría, consiste en la ‘liberación de los pobres y oprimidos, lo que implica el fin de los opresores y la decadencia de los ricos’. O, dicho en lenguaje contemporáneo, “el reino de la justicia consiste en una sociedad de iguales, sin potentados ni miserables, modesta, libre y pacífica’. Así es la justicia del Reino de Dios.

Hemos visto también cómo, según el evangelio, el mayor obstáculo para la Justicia del Reino de Dios radica en las riquezas. “No podéis servir a Dios y al dinero”, …”con qué dificultad entran en el reino de Dios los que se apegan al dinero. Es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja…” (Lc. 18, 18-25).

Y, más nítido aún, el pasaje de las Bienaventuranzas, donde queda sentado que el camino de la felicidad sólo es encuentra en la justicia de los pobres (dichosos los que eligen ser pobres…, los que tienen hambre y sed de justicia…, los perseguidos por motivos de justicia…. De ellos es el Reino de Dios)

Diez Alegría lo glosa así: “…sólo el hombre que está libre de la servidumbre de las riquezas está cerca de Dios, aunque se considere incrédulo..”

Así lo entendieron los primeros cristianos de Jerusalén que renunciaron a las propiedades particulares para poner los bienes en común, como expresión de una comunidad de corazones, o, como las comunidades de origen griego, que supeditaron sus bienes a la prioridad de atender, a través de la limosna, las demandas de sus hermanos necesitados. Unos y otros cultivaron la comunidad de bienes para mantener la igualdad. Entendieron que para hacer real la comunidad de fraternidad con Jesús habían de seguir el camino de la koinonía, la comunidad de bienes.

En contraste con ello, comprobamos cómo en nuestra sociedad el valor más extendido, y del que no siempre podemos aislarnos, es el apego al dinero y a la  acumulación de riquezas. De ahí, la enorme arquitectura jurídico-política que protege la propiedad privada absoluta, sin límites ni condicionamientos sociales. Ello constituye la raíz mayor de las injusticias de nuestro mundo y, por consiguiente, representa un obstáculo frontal al ideal cristiano, pues el Cristianismo ni siquiera considera la propiedad como un valor ético. De donde resulta que el Cristianismo genuino es incompatible con la lógica de un sistema socioeconómico como el Capitalismo, que cifra su éxito en la producción y apropiación ilimitada de bienes. Lejos de la codicia y el culto a la propiedad, el Cristianismo invita a la koinonía, la comunidad de corazones y de bienes, de modo que nadie pase necesidad.

Bajo estas premisas, el cristiano de hoy comprueba que la injusticia social vigente no es resultado de actos individuales injustos, sino que obedece a razones de tipo estructural. Y se enfrenta a la necesidad de cuestionar el actual modelo social de división en clases sociales, con intereses y dinámicas antagónicas.

Las exigencias éticas del Cristianismo claman por la superación de esa división social en clases, por la elemental razón de que tal división hace imposible el ideal de la fraternidad cristiana, la sociedad de iguales. Ese ideal exige al cristiano trabajar activamente para favorecer el paso de una sociedad escindida y en conflicto, a otra donde las diferencias sociales sean meramente funcionales, no basadas en intereses antagónicos.

Al visualizar ese horizonte de futuro, Diez Alegría nos invita a apostar por un ‘Socialismo de rostro humano’, capaz de colocar la dignidad de las personas por encima de las estructuras materiales; un socialismo donde sea posible integrar libertad personal, cohesión social y participación sociopolítica efectiva.

De ese repaso por el ideal de justicia evangélica y su contraste con la realidad en que vivimos como ciudadanos de una sociedad del primer mundo se deducen, como imperativos evangélicos, actitudes cristianas exigentes e inaplazables, entre las que destacamos:

1.- Conversión e insumisión ante la injusticia.  Jesús, al anunciar el Reino de Dios, invita a la metanoia, un cambio de mentalidad y de comportamiento, que, entre otras cosas, implica ‘liberarse del afán por la propiedad’, desprenderse de los bienes que acumulamos y compartirlos con los pobres y necesitados, colaborando con ellos a superar la injusticia a la que han sido recluidos. Ninguna injusticia debe contar con nuestro silencio.

2.- Autarkeia. Una civilización de la austeridad.

Esta alternativa cristiana habla de procurarse un nivel de vida humano, excluyendo todo espíritu de codicia. “Teniendo qué comer y con qué vestirnos, podemos estar satisfechos” (Tim. 6,16) La austeridad es una valor de urgente necesidad frente al despilfarro y el consumo compulsivo. Incluso por razones de mera supervivencia.

3.- Participación activa en la búsqueda de alternativas.

No vale ya refugiarse en un Cristianismo de mera contemplación. Es preciso trabajar por nuevas utopías de libertad, justicia y fraternidad social. Necesitamos un rearme ético y político que favorezca la aparición de alternativas transformadoras. Ni capitalismo, ni totalitarismo. El Socialismo nuevo, de rostro humano, del siglo XXI,.. o como se quiera denominar, es un horizonte que concita cada vez más adhesiones en la mayoría de nosotros.

4.- Esperanza y paciencia histórica.

Porque no podemos quedarnos tranquilos con el presente, aspiramos confiados y activos a ese otro mundo posible de mayor justicia y fraternidad. Creemos firmemente en su posibilidad  y por ello estamos activos en su aproximación, aunque nuestra generación no lo llegue a disfrutar. Es un camino largo que ha de recorrerse con paciencia histórica y actitud esperanzada, porque la promesa de la Justicia tiene un fundamento sólido que no va a defraudar.

II.- NUESTRAS RESPUESTAS

a) La primera reacción ante este panorama ilustrado por el análisis de D-Alegría es la constatación de nuestra pequeñez y de nuestras paradojas vitales, de origen generacional y social. Vemos con claridad que la opción por la Justicia, el emblema del Reino anunciado por Jesús es tarea muy difícil, que exige de nosotros un grado de coherencia muy exigente, ante el que nos sentimos con pocas fuerzas. Se nos pide ser consecuentes con lo esencial del mensaje de Jesús, tanto en nuestra praxis cotidiana individual, (nuestra dinámica de consumo, por ej.) como en el compromiso social de practicar la lucha de clases con amor, para avanzar hacia una sociedad de iguales.  Y el reto nos sobrepasa. Aunque sí estamos decididos a no enmascarar la radicalidad del mensaje evangélico ni las evidencias aportadas por las Ciencias Sociales.

Estamos decididos a llamar a las cosas por su nombre siempre que sea posible, sin justificaciones baratas ni ocultamientos cómplices. Pues compartimos con D-Alegría que todos nosotros podemos y debemos hacer y ser “algo que todavía no hacemos ni somos”.

b) En segundo lugar, nos atrevemos a afirmar que, a pesar de la hegemonía del pensamiento débil y del relativismo ideológico que triunfa socialmente, seguimos creyendo en una sociedad sin injusticias, capaz de superar el sistema de estructuras injustas que hoy nos gobierna. Y que esa convicción influye en nuestra manera de ser, de vivir, de comportarnos.

No queremos ser cómplices de la lógica y los valores del Capitalismo. Creemos en la posibilidad de romper el muro de silencio que rodea a quienes se contentan con reproducir el sistema y sus valores. Por ello nos sumamos a la gran utopía de que “otro mundo es posible” y participamos cada vez más, junto con otros muchos no creyentes, en procesos que intentan alumbrar propuestas de un nuevo orden que haga posible la gran fraternidad. Si agudizamos la mirada, observamos muchos datos que parecen anunciar el principio de un cambio social de largo alcance.

c) Facilitar esa sociedad sin injusticias exige de nosotros concreciones, individuales y comunitarias. Entre otras,

-Superar los miedos para denunciar todas las injusticias que nos encontremos, sin paralizarnos por sus posibles consecuencias;

-intensificar la opción vital de situarnos activamente al lado de las víctimas de cualquier proceso marcado por la injusticia;

-actuar contra la lógica del capital, incluso en su versión de ‘capitalismo popular’, renunciando a colaborar con la economía especulativa (v. gr. negativa a depositar nuestros ahorros en fondos o depósitos bursátiles, optando por la banca ética y solidaria)

-apoyar decididamente la integración social de inmigrantes, colaborando activamente con organizaciones solidarias en este campo.

-continuar reflexionando sobre la legitimidad de la propiedad privada y las contradicciones a que nos somete. El cuestionamiento de la propiedad que hemos empezado en la comunidad debe ser profundizado, para ir dando pasos hacia una mayor distribución de nuestros bienes. Hemos hecho avances: ya no aspiramos a la acumulación; estamos abiertos a compartir lo que tenemos con los cercanos, pero nos sigue costando mucho repartir con los más necesitados, sean próximos o lejanos. Invocamos con demasiada frecuencia el ‘miedo al futuro’ para justificar posesiones con las que hacer frente a ese futuro incierto. Y ese miedo nos hace perder la perspectiva tanto de la necesidad como de la solidaridad.

-practicar la cultura de la austeridad solidaria, lo que exige, sin duda, rebajar nuestro nivel de vida y de consumo, para hacer más creíble la aspiración a la justicia de todos. Ello implica erradicar los posos de la mentalidad burguesa que nos acompaña y luchar contra la cultura del “usar y tirar” y el despilfarro energético. Somos usuarios, no propietarios de los bienes que tenemos.

denunciar el lujo y las riquezas antievangélicas de nuestra Iglesia Católica.

participar activamente en los asuntos públicos. Urge ya un salto cualitativo hacia una democracia participativa, no sólo representativa.

 d) En nuestra reflexión sobre el modelo social (reformista, revolucionario, alternativo…) más oportuno para superar la actual división social en clases, expresión y causa de la desigualdad existente, las opciones como comunidad cristiana se han mostrado más plurales y confusas. Desde quien considera que ésta no es una cuestión a debatir en un colectivo cristiano, a quienes apuestan claramente  por fórmulas revolucionarias capaces de superar la dominación socioeconómica y política, hacia una sociedad sin clases.

En el horizonte utópico de todos anida, sin embargo, el aliento por ese ‘otro mundo posible’ asentado sobre bases que superen las insuficiencias del reformismo burgués y los déficit democráticos del socialismo históricamente conocido. Compartimos así el horizonte que D-Alegría denominaba el ‘Socialismo de rostro humano’

e) Finalmente, se ha mostrado gran coincidencia, al menos a nivel de reflexión, en la cuestión de cómo ejercitar mejor el amor encarnado, si primando la relación individual y directa con las victimas o en la praxis sociopolítica para facilitar el cambio de estructuras de injusticia. La coincidencia subraya que ambas dimensiones, lejos de ser incompatibles, se requieren mutuamente. Porque actuar sin referencias sociopolíticas claras es camino abonado para el mero asistencialismo; y el trabajo sociopolítico de tipo ‘estructural’, despegado de la realidad humana cotidiana, corre serio peligro de olvidar el móvil principal de la lucha por la justicia para el cristiano, el servicio y el amor que han de guiar la senda hacia una sociedad de iguales y hermanos.

En síntesis, tras la reflexión de este taller, han recobrado nuevo relieve principios ya conocidos pero necesitados de mayor vigor y expresión comunitaria:

* La Justicia nace del amor que Dios manifiesta, a través de Jesús, hacia los débiles los cautivos, los últimos… Su amor no entiende la desigualdad social, porque el Reino anunciado por Jesús es un mundo de hermanos llamados a la vida.

En consecuencia, el sentido cristiano de la Justicia no se reduce a una ecuánime aplicación de las leyes. Es una aspiración (un nuevo topos) de cualquier sociedad a la armonía y la convivencialidad de todos sus miembros. Implica un reparto equitativo de los bienes, pero va más allá: la Justicia es el BIEN que hace posible la dignidad de los humanos como personas.

*Para los cristianos tiene una inevitable dimensión interpelante: exige la conversión y la dedicación constante a ese objetivo de superar la desigualdad y el dominio de poderosos sobre oprimidos, de varones sobre mujeres, de blancos sobre negros…etc. Se imponen nuevas actitudes y nueva praxis cotidiana.

En el momento presente, en medio de la creciente desigualdad de un mundo plagado de víctimas, la llamada a la conversión y al amor socialmente encarnado implican un rearme ético, político y espiritual frente al derrotismo, la pasividad o la cultura del interés. Un rearme que ha de surgir desde abajo, con la participación de todos los que creen en la emancipación social y en la posibilidad de plenitud humana. Ha llegado la hora de dejar de esperar en dirigentes mesiánicos y confiar más en el Mesías colectivo que la conciencia utópica mundial esta poniendo de relieve a diario. Colaborar activamente al empoderamiento de ese nuevo sujeto de liberación es un reto esencial por el que apostamos los cristianos.

*La lucha por la Justicia es una llamada provocadora del evangelio de Jesús que induce a los cristianos a comprometerse socialmente, junto con otros muchos sujetos sociales con quienes compartimos el anhelo de romper el viejo paradigma del poder oligárquico de las elites que oprimen y esclavizan, para ir dando paso al nuevo paradigma social de la igualdad y la solidaridad entre todos los seres humanos. A ello nos invita Jesús, ahora y siempre: “… no andéis preocupados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Buscad primero que reine la justicia, y todo eso se os dará por añadidura  (Mt 6:33)

 Madrid, Marzo, 2011