RECUPEREMOS LA ESPIRITUALIDAD EN ESTE TIEMPO DE ‘AUSENCIA DE ESPÍRITU’ JUAN JOSE SANCHEZ 30 enero 2015
Entrada
- Gracias por vuestra invitación…., que acepto:
– Por la amistad y cercanía con Evaristo…
– Porque la Comunidad de Santo Tomás ha sido y es “referente” mío privilegiado…
- Voy a ofreceros algo muy sencillo:
– Unas sugerencias para pensar…, compartir… dialogar…
– Desde mi propia experiencia: cómo yo vivo y siento y pienso y cómo a mí me preocupa este tema… Lo que está pasando y cayendo en nuestros días… y cómo ello afecta a la vivencia de nuestra fe, a nuestra espiritualidad….
– Y casi sin desarrollar…, solo en el trasfondo del pensamiento actual…
- Y por eso, porque parto de mi experiencia, me he atrevido a reformular la propuesta del título de la charla que me dio Evaristo: Reconstruyamos nuestra espiritualidad en este cambio de época… Recuperemos la espiritualidad en este tiempo de “ausencia de espíritu”…
– Y es que, aunque es verdad que se está gestando un cambio de época –y haré reflexiones y sugerencias sobre ello- lo más inmediato que me afecta, que nos afecta, cuestiona y perturba… es, efectivamente, la actual situación mundial…, y particularmente nuestra, de “ausencia de espíritu”… Y de ella quiero partir en esta charla con vosotros…
– Pero, ¿a qué me refiero con esta expresión?… No a algún drama abstracto y altísimo que ocupa a los teólogos… sino a algo bien concreto que acontece en nuestra tierra, en nuestras ciudades, en nuestra sociedades modernas, algo bien material y terrenal: me refiero a todo aquello que está “destruyendo, agostando el espíritu” en nuestros días: la terrible crisis, sus causas y sus consecuencias, el infinito sufrimiento de sus víctimas, el escandaloso aumento de la pobreza y la desigualdad, la ambición insaciable y la corrupción de los dueños y gestores del poder y del sistema…
– Es muy posible, como sugeriré enseguida, que de esta situación deriven la mayoría de los muchos otros acontecimientos que están matando el espíritu en nuestros días… y provocando y anunciando un cambio de época… Permitidme, pues, que comience desentrañando y denunciando esta situación.
- I. Un tiempo de “ausencia de espíritu”, de crisis de espiritualidad
1.1 Tiempo de crisis, tiempo de crisis de Dios
– La primera sugerencia que suscito para la reflexión y el diálogo es que esta CRISIS devastadora, que comenzó siendo estrictamente económico-financiera y se ha convertido en ética, política y cultural global, es en su meollo más profundo un crisis religiosa, espiritual, teológica, porque es una crisis de Dios. Y es una crisis de Dios porque es una crisis idolátrica, una crisis semejante a la que se enfrentaron los grandes profetas de Israel, y de ahí su lucha contra la idolatría…
– Esta es una crisis idolátrica por dos razones: por su origen: la insaciable ambición de los dueños del capital y los corruptos que lo convirtieron en ídolo (¡el ídolo Mamon!) viviendo, ellos sí, “por encima de nuestras posibilidades”, y lo es por sus consecuencias: el cúmulo de sufrimiento generado a las mayorías débiles y empobrecidas, “pirámides de sacrificio” (P. Berger) que siempre exigen los ídolos y que claman al cielo…
– Esta es, sin lugar a dudas, la raíz más profunda de la crisis espiritual de nuestro tiempo, de la crisis de espiritualidad, de la muerte del espíritu…, y no precisamente las que suelen señalar las propias religiones y las iglesias: el materialismo, el ateísmo, la secularización y el laicismo, el relativismo….
– Y lo más paradójico y escandaloso de esta crisis es que ¡encima! ha sido encubierta con un manto de religión y piedad por parte de sus responsables corruptos, gentes de misa frecuente y procesiones…
1.2 Bajo la lógica del capital: una cultura materialista, sin espíritu
– Pero esta crisis no ha sido sino la crónica de un desastre anunciado: la consecuencia final de una cultura global bajo la lógica del capital: una cultura, ésta sí, radicalmente “materialista”, centrada en la posesión y el poder, en la ambición, el consumo y el placer absolutamente “de espaldas” a los demás, a las mayorías por eso mismo empobrecidas y marginadas, más aun, directamente “desechadas”, vidas reducidas a seres “sobrantes”, a basura, como ha denunciado valientemente el sociólogo Z. Bauman.
– Esta “lógica”, que se impuso mundialmente con el neoliberalismo tras el derrumbe de las sociedades socialistas y permea enteramente nuestras sociedades ya no socialistas, sino “líquidas”, como dice el mismo sociólogo, es el materialismo más crudo e invasivo que neutraliza y mata el espíritu, como secuestra y mata el pensamiento y la ciudadanía, reduciendo a los ciudadanos a meros consumidores y la ética a estética en aras de un hedonismo plano y banal…
– Gente lúcida, como el citado sociólogo Bauman, o Susan George y Naomi Klein, autoras de libros esenciales para entender lo que está pasando, o entre nosotros Victoria Camps y Adela Cortina, entre otros, han alzado la voz contra esta “muerte del espíritu”… Y también el Papa Francisco, a diferencia de una mayoría de gente religiosa…, que solo lamenta la pérdida de poder de la iglesia…
1.3 La paradoja: muerte del espíritu, abundancia de religión…
– Pero lo paradójico de la situación de crisis que vivimos es que a la vez que vivimos una “muerte del espíritu”, una “muerte de Dios” que hubiera impresionado al mismísimo Nietzsche, en nuestras sociedades “líquidas” abunda y superabunda la religión, las religiones y supersticiones de todo tipo: “Dios ha muerto – viva la religión!”
– Se trata del fenómeno que los sociólogos de la religión denominan “retorno de la religión” o de lo religioso después del largo proceso de “desacralización”, “secularización” y “desmitologización” que ha invadido nuestro mundo occidental desde los inicios de la Modernidad y que, bajo la furia de la Ilustración ha ido transformando por entero nuestras sociedades y nuestras vidas, vaciando nuestros templos y generando una amplia indiferencia religiosa, que tanto lamentan los dirigentes religiosos.
– Pero ahora parece que ese proceso se ha estancado y la gente retorna a la religión y los dirigentes religiosos se frotan las manos… Pero ¿qué es lo que realmente retorna? ¿Es el espíritu y la genuina espiritualidad lo que resurge? Incluso aunque hubiera aumentado la práctica religiosa, ¿ha cambiado eso en profundidad la vida de la gente, ha cambiado nuestras sociedades tan modernas como capitalistas? ¿O no será, más bien, que se ha despedido a Dios, que nos interpela, y se ha vuelto a la religiosidad superficial que da seguridad y calma nuestras conciencias…? “Religión, sí – Dios, no” –ese es el lema. ¿No será más bien un retorno a la mitología, incluso a la superstición, lo que se está dando – no un genuino despertar del espíritu?
– A diferencia de nuestros dirigentes religiosos, el teólogo crítico-político Juan Bautista Metz y el teólogo de la liberación Jon Sobrino, entre otros, así lo han visto y denunciado con gran lucidez: no hay genuino despertar y retorno al espíritu, a la espiritualidad, si no hay un cambio profundo de todo aquello que en nuestras sociedades y en nuestras vida “agosta y mata el espíritu”…
1.4 Un nuevo “tiempo axial”: la revuelta de la espiritualidad
– Pero más allá y a diferencia de ese retorno interesado a la religión en busca de seguridad, para ofrecer no un “suplemento del alma” para nuestra cultura tecnocientífica, como pedía hace ya más de un siglo el filósofo francés Bergson, sino más bien “una hamaca para nuestra conciencia”, como denunció lúcida y valientemente la teóloga alemana Dorotea Sölle, los mejores analistas de lo que está pasando en nuestro mundo están de acuerdo en que en nuestros días se está dando una auténtica búsqueda de espiritualidad, de sentido, de profundidad, de hondura, de autenticidad – en contra de la invasión capitalista, consumista, hedonista, racionalista y tecnicista que conduce al agostamiento del espíritu, de la poesía, de la gratuidad, y con ello a la banalización de la vida.
– Es una búsqueda que tiene mucho de “revuelta”, de “subversión” frente al sistema dominante y sus ídolos: la riqueza, la posesión, el poder, el consumo desaforado, y contra su lógica de dominación y rentabilidad. Y más globalmente subversión también contra un proyecto de Modernidad del mundo occidental que junto con el agua sucia de la superstición y la minoría de edad ha arrojado al vertedero también el agua cristalina de los valores no materialistas, ideales y utopías de una humanidad justa y fraterna…………(secularización…, marxismo…!) Pero también, y no en último lugar, una subversión contra las propias religiones que, como denunciaba Martin Velasco, nuestro mejor especialista en ellas, han controlado y domesticado la espiritualidad, no fuera a escapárseles de sus riendas, y han terminado agostándola…
– Tan fuerte y profundo es este tirón de la espiritualidad, esta búsqueda de sentido en la experiencia del espíritu, que gente lúcida piensa que podríamos estar en un nuevo “tiempo eje” o “tiempo axial”, como lo llamó el filósofo alemán K. Jaspers, semejante a aquel que, medio milenio antes de nuestra era, dio origen a una profunda “revolución espiritual” de la que surgieron, por una parte, los grandes profetas del judaísmo y los grandes renovadores religiosos orientales Gautama el Buda, Confucio y Laotsé, y por otra los no menos enormes pensadores que abrieron en Grecia la senda de la razón, del pensamiento…..
– Hoy se estaría gestando un nuevo “tiempo-eje”, una nueva “revolución espiritual” que terminará alumbrando un nuevo “ser humano espiritual” y una nueva espiritualidad para un mundo nuevo.
– ¿Cuáles serían los rasgos de esta nueva espiritualidad que entre todos debemos alumbrar y recuperar?
II. En camino hacia una nueva (y ¡antigua!) espiritualidad
2.1 Una espiritualidad “mística”, no elitista o clerical
Seguramente habréis oído citar las palabras del mayor teólogo católico del siglo XX, Karl Rahner, poco antes de morir: “El cristiano del futuro será un ‘místico’ o no será.” Extrañas palabras, pues la mística tiene, no sin razón, mala prensa… Pero, justamente por eso, una de nuestras primeras tareas será liberar a la espiritualidad, y a la mística, del “secuestro” al que la han sometido las religiones oficiales, no en último lugar la iglesia. La espiritualidad y la mística han terminado siendo cosa y privilegio de unos cuantos elegidos, máximamente clérigos y religiosos. Hasta el Concilio Vaticano II –parece increíble!- se hablaba de ellos, de su modo de vida, como ‘estado de perfección’… Nada tiene por ello de extraño que el memorable escritor A. Camus, en su genial novela La Peste, lanzara la pregunta, tan lúcida como crítica, si no era posible ser santo sin la religión y sin Dios…
Pues bien, Rahner rompe con ese secuestro y aclara que místico es, sencillamente, aquel que “hace una experiencia”. Por tanto, lo que quiso decir fue: el cristiano será místico, es decir, un ser humano que ha hecho “experiencia”, o no será. Será un practicante o un propagandista, incluso un devoto, pero si la espiritualidad no enraíza y entronca en su experiencia, en lo más íntimo y profundo de su ser, no será. La espiritualidad no es un adorno, un colgante, una hoja de servicios, una práctica piadosa y rutinaria… La espiritualidad es una experiencia profunda, auténtica, o no es.
Pero experiencia… ¿de qué? Preguntaréis…Y la respuesta no es tan fácil como tal vez pensamos. Podemos decir, sin duda, “experiencia de Dios”. Por supuesto. Pero ahí mismo brotan innumerables preguntas: ¿de qué Dios? ¿de la trascendencia? ¿de la profundidad? ¿del misterio? ¿del nirvana? ¿del dharma? ¿del Dios de Jesús: el Padre? ¿o del silencio y la nada, de los que tanto hablaron precisamente los grandes místicos?
Estos interrogantes, que podrían multiplicarse, nos llevan a hablar antes de nada de otro rasgo rupturista de la nueva espiritualidad que se está alumbrando en nuestros días y de cara al futuro:
2.2 Una espiritualidad, más allá o más acá de la religión, de la fe en Dios
Una de las novedades del “tiempo-eje” en que nos encontramos es, en efecto, la conciencia de que la espiritualidad es una experiencia humana profunda y auténtica que no se no limita al mundo de las religiones ni a la creencia en Dios. La espiritualidad es una experiencia de inquietud y búsqueda de sentido anterior y no necesariamente ligada, menos aún limitada, a las religiones. El ser humano la ha cultivado como tal desde sus primeros pasos como homo sapiens, erguido y pensante, y hoy es reivindicada por muchos, frente a las religiones establecidas, como una experiencia auténtica que pertenece a la humanidad como tal, más allá o más acá de las mismas.
La búsqueda de sentido, de trascendencia, es propia del ser humano en cuanto ser que “ex – iste”, es decir, que “es-desde”: desde la vida, desde los otros y para los otros, siempre “en camino” hacia sí mismo, hacia el sentido y la felicidad… Trascendencia en la plena inmanencia. Es la espiritualidad anterior a la religión y lo es después de la religión, de la proclamada ‘muerte de Dios’. Muchos, algunos incluso ateos, la reivindican hoy, como digo, con enorme seriedad y dignidad. La espiritualidad –dice Comte-Sponville, uno de ellos- es demasiado importante como para dejársela a los religiosos, y menos a los clérigos…
Creo que el tiempo que vivimos nos lanza aquí un formidable y fascinante reto a los creyentes. Hemos de saber leer los signos de los tiempos, y este es uno de ellos. “Amplio mundo, mi parroquia”, decía el gran teólogo Congar. “Amplio mundo, universal, la espiritualidad”. Este reto nos ayudará a vivirla con mayor autenticidad, con mayor gratuidad y gratitud.
De hecho, la espiritualidad se expresa y se cultiva de forma especialísima en las experiencias de gratuidad. El místico indio Tony de Mello lo narraba en sus bellísimos textos: la experiencia del canto del pájaro, del agua cristalina, de la mirada amorosa, … Como dijo con gran lucidez uno de los filósofos más fascinantes, L. Wittgenstein: “No cómo el mundo es, sino que el mundo sea, eso es lo místico”. Mística es una experiencia singular de asombro, de descubrimiento de la gratuidad de nuestro ser, de que, como decía la teóloga evangélica y mística citada, Dorotea Sölle, “nosotros no somos solo nosotros”. Hay un “plus” en nuestro ser que le da sentido y hondura, que le da “dignidad”, Kant diría que lo hace “sagrado”, es decir “inviolable en inmanipulable”, y que nos une con todos los seres humanos, más aún, con todos los seres. Y la experiencia y el cultivo de esta dimensión de profundidad, de “incondicionalidad”, como decía el teólogo evangélico Paul Tillich, en definitiva, de gratuidad es la espiritualidad básica, profundamente humana y universalmente ecuménica a la que nos convocan hoy creyentes y no creyentes lúcidos, entre los que destacan algunos monjes cristianos con especial sentido genuinamente “místico”. como el hermano cisterciense Wayne Teasdale, americano, y el benedictino Marcelo Barros, brasileño. Una espiritualidad mística “transcristiana”, incluso “transreligiosa”…
2.3 Una espiritualidad genuinamente evangélica: “mística de ojos abiertos”
Esa espiritualidad básica más allá de las religiones, más allá de la fe en Dios, no tiene sin embargo por qué darse necesariamente contra la espiritualidad genuinamente cristiana, digamos mejor: evangélica. A veces parece que solo tras la “muerte de Dios” y el ocaso de las religiones es posible, por fin, la verdadera humanidad, la verdadera espiritualidad… Ciertamente, creyentes y religiosos hemos dado en la historia motivos más que suficientes para que se pudiera imponer esa idea reivindicativa. Pero también la razón, la modernidad, la ilustración y las revoluciones han generado sus ídolos y sus monstruos, agostando y matando el espíritu, como decía al principio… Lo que urge hoy es rescatar el núcleo genuino de cada tradición, religiosa o laica…
Intentemos hacer ese esfuerzo con nuestra espiritualidad cristiana, con “el agua de nuestro pozo”, como diría Gustavo Gutiérrez. Sugiero algunos rasgos de ese núcleo genuino que habría que recuperar y vivir intensamente.
2.3.1 Una experiencia “mística” de Dios: experiencia de despojo, anti-idolátrica
Tal vez la primera tarea que tenemos por delante sea recuperar – o descubrir- el verdadero sentido de la “mística”. Y ello tiene que ver, muy especialmente, con la idea que nos han transmitido o nos hemos hecho de Dios. Con harta frecuencia, un Dios a la medida de nuestros deseos, de nuestras necesidades, no un Dios que nos saca de nuestras casillas… Un Dios de catecismo aprendido en la infancia o de prédica clerical, no el Dios de una experiencia personal de búsqueda, de trascendencia, de desasosiego, de lucha, como la de Jacob (Gn 32, 23-33), como la de Elías (1Re 19, 9-13), como la de los profetas (Jer 1, 6-7), como la de Jesús…
Por eso hablo de “experiencia ‘mística’ de Dios: mística, no en el sentido de ‘oscura’, extraña o esotérica… (¡tan de moda!), sino en el preciso sentido de experiencia “de despojo” de nuestras ideas corrientes de Dios, de nuestros “ídolos”. Todos los grandes místicos han hablado insistentemente de este primer momento esencial de nuestra experiencia de Dios, de nuestra espiritualidad.: “desnudarse de Dios”, decía el maestro Eckhart. Liberarnos de nuestras falsas ideas de Dios, de nuestros ídolos, de nuestros dogmatismos y fundamentalismos, habría que subrayar hoy muy especialmente.
La genuina espiritualidad es por eso, en este sentido, “mística”, es decir, crítica, anti-idolátrica, liberadora, (mística viene del griego “myein”: “cerrar la boca”) …, en la senda de la lucha de los grandes profetas contra los ídolos y la idolatría. Todo lo contrario de una religiosidad o piedad adormecedora, autocomplaciente… Pero también, por lógica, radicalmente contraria a toda piedad, religiosidad o espiritualidad fundamentalista y fanática…
Lo cual tiene vigencia, como también en los profetas, no solo en el ámbito estrictamente personal, sino también, y muy marcadamente, en nuestra relación social y política: mística como lucha contra los ídolos de este mundo, los ídolos de la economía, los ídolos de la política, los ídolos del poder, pero también, y no menos, los ídolos de la religión, de las iglesias… “Mística y resistencia”, afirmaba siempre la teóloga y mística alemana citada Dorotea Sölle. La espiritualidad genuina no nos hace ingenuos, evasivos, acríticos… Ahora bien, tampoco dogmáticos y fanáticos… Si lo somos, nuestra espiritualidad no viene del espíritu. La genuina espiritualidad, la que brota del espíritu, ha sido siempre crítica, resistente, incómoda, incluso subversiva, peligrosa…, como en Teresa de Jesús, cuyo V centenario celebramos, como en Francisco de Asís…, pero también auto-crítica, respetuosa con el misterio insondable de Dios…, con su presencia inasible, o con su ausencia dolorosa… hasta el grito, nunca suficientemente meditado e incorporado, de Jesús en la cruz: ‘Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ Hasta esa tremenda ‘noche oscura’ del silencio de Dios puede llegar la experiencia del ‘despojo’, de la lucha contra los ídolos, de la búsqueda incesante, de la trascendencia sin descanso que supone la espiritualidad genuina… “No busco mecer mi alma en una hamaca”, decía la mencionada Dorotea Sölle con gran profundidad.
Y este rasgo inconfundible de toda espiritualidad genuina se hace aún más pronunciado y provocador en la espiritualidad cristiana, que bebe de la memoria de Jesús de Nazaret.
2.3.2 Una espiritualidad evangélica: mística mesiánica “de ojos abiertos”
Llegamos con ello al meollo de la reflexión que quería compartir con vosotros. Y aquí ya es inevitable entrar de lleno en lo que poco o nada gusta entrar a la mentalidad y al pensamiento postmodernos: la experiencia de Dios.
Soy bien consciente de que entrando en este terreno corremos el riesgo de quedarnos solos, de cerrar el campo de diálogo con otras tradiciones religiosas y espirituales. Si centramos la espiritualidad en la experiencia de Dios reducimos de forma considerable e incluso injusta el ancho mundo de su realidad y su riqueza. Ya lo hemos dicho: hay mucha espiritualidad, y muy buena, fuera de ese centro. Incluso a la espiritualidad budista o jainista las dejaríamos fuera…
Con todo, estoy igualmente convencido de que sin la experiencia de Dios Jesús de Nazaret no sería Jesús de Nazaret. Sin la experiencia profunda y singular de su Dios no se entiende ni su persona, ni su mensaje, ni su praxis del Reino, ni su muerte violenta. Y estoy igualmente convencido de que esa experiencia de Dios es tan singular y a la vez tan profundamente humana que no solo no nos aleja de las demás tradiciones espirituales, sino que nos permite encontrarnos con ellas a un nivel más profundo y enriquecedor. De ella dimana una “espiritualidad” que es tan propia y singular como profundamente humana y universal. Una espiritualidad, certeramente calificada por el mencionado teólogo político Juan B. Metz como “mística de ojos abiertos”, que podría ser, efectivamente, un terreno abonado para un encuentro ecuménico global de las religiones de la tierra. Veamos algunos de sus rasgos.
a) Espiritualidad del Dios del Reino: mística mesiánica de la justicia
La experiencia de fondo -y vuelvo una y otra vez a este momento fundamental que señaló Rahner- que refleja la persona, el mensaje y la praxis del Reino de Jesús es la experiencia de Dios, pero de un Dios singular, un “Dios diferente”, como lo calificó con gran acierto el teólogo Ch. Duquoc, con quien Gustavo Gutiérrez hizo su tesis doctoral. Escribió un librito con ese título, que debería marcar un antes y un después en la comprensión de Dios y de Jesús, y consiguientemente de la espiritualidad cristiana. Un libro imprescindible, a mi modo de ver, para ayudarnos a recuperar esa genuina espiritualidad.
Duquoc mostró magistralmente en su libro que la ‘cuestión de Dios’, es decir, quién es Dios, de qué Dios hablamos, en qué Dios creemos, fue la cuestión en la que y por la que Jesús se jugó la vida. Y se jugó la vida en ella y por ella no por un interés teórico (Jesús no fue teólogo!), sino porque de ella dependía la vida de los seres humanos, particularmente la vida de los más pobres entre ellos, de los marginados, dañados, abatidos, excluidos y desechados, de las víctimas.
Jesús no se dedicó a construir un ‘discurso sobre Dios’, Jesús más bien “narró sencillamente a Dios” en historias de liberación. Lo narró llevado, impulsado por el ‘espíritu’ (Lc 4, 17) y con-movido de compasión por el sufrimiento de las muchedumbres, de las mayorías pobres y excluidas de su mundo (Mt 9, 35s). Narró a Dios en y desde una praxis de liberación: “pasó haciendo el bien”, dirá después Pedro (Hch 10, 38): curando, levantando, dando la vista, compartiendo el pan, dando vida, perdonando, y así haciendo presente el Reino de Dios, de su Dios, su reinado de justicia y fraternidad. Esa fue su espiritualidad: mística y práxica, expresada en palabras y hechos que provocaron una gran crisis de Dios y al mismo tiempo una gran crisis político-social, desconcierto y rechazo en los dirigentes religiosos, desconcierto y abandono en los discípulos, y finalmente crisis de Dios en el propio Jesús. Lo que llevó a Jesús a la cruz, y en ella a la terrible experiencia de abandono, de desconcertante silencio de Dios (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Mc 15, 34), no fue sino la propia “cuestión de Dios”, su compromiso incondicional con la identidad de su Dios como Dios de la justicia, de la vida de los pobres, de la fraternidad humana. Es decir, su espiritualidad.
Su espiritualidad empezó a inquietar en la sinagoga al proclamar sentirse impulsado por el espíritu a llevar la liberación a los pobres (Lc 4, 17) y no se jugó por eso preferentemente en el ámbito sagrado del templo, ni tampoco en su intimidad, sino en el espacio profano del mundo de la pobreza, la humillación, la exclusión. Marcos, el evangelista más cercano a los hechos, lo recoge maravillosamente en multitud de pasajes. Pero solo uno basta para percibir quién era el Dios de su experiencia, de su espiritualidad. Es la escena de la curación, en sábado, del hombre de la mano seca, en Mc 3, 1-6. ¿Quién es su Dios? Ciertamente, no es el Dios de los dirigentes de la religión establecida. Justamente ellos, les echa en cara duramente Jesús, ¡no han entendido nada de Dios! No han entendido la ardiente palabra del profeta: “misericordia quiero, no sacrificios” (Mt 9, 13). No entendieron lo que más tarde resumiera certeramente San Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva (gloria dei vivens homo)”.
Estamos en el corazón de la espiritualidad de Jesús. No me cabe duda alguna de que esta “experiencia de Dios” en Jesús es el centro de su ser, de su mensaje, de su praxis y de su espiritualidad. Una experiencia que él recibe y asimila hondamente de su tradición espiritual, especialmente de los profetas, que no hay ahora tiempo tampoco para recorrer. Pero también aquí basta un pasaje para captar lo esencial. Es el pasaje de Jeremías 22,15: “Ay del que edifica su casa sin justicia y sus pisos sin derecho. De su prójimo se sirve de balde y no le paga su salario… Tu padre, en cambio, practicaba la justicia y la equidad…, hacía justicia al afligido y al pobre… ¿No es esto conocerme?” (ver Is 1, 17; cf. 58, 6-7; Am 5, 21-24…). (“Quien no ama no ha conocido a Dios”, dirá más tarde Juan, el evangelista más cercano a Jesús: 1 Jn 4, 8).
Esta experiencia de Dios de la que vive Jesús es singular e inconfundible. Es la experiencia, dice Duquoc, de un “Dios diferente”. Una experiencia, añade Metz, “provocadora”, la experiencia de un Dios cuya grandeza y misterio, cuya “trascendencia” como decimos en un lenguaje filosófico, es efectivamente diferente, desconcertante, provocadora, pues es más bien, como lo expresó lúcida y certeramente Jon Sobrino, no tanto una trascendencia cuanto una “tras-descendencia”: su grandeza es su no-poder, como vio muy bien el teólogo y místico evangélico d. Bonhoeffer, víctima del nazismo; su provocadora solidaridad con los pequeños y desechados de este mundo; su gloria es, como decía Ireneo de Lyon, “que el hombre viva”; y su misterio es su desconcertante amor a los últimos de la tierra, amor preferente y así universal.
Esta es la experiencia singular de Jesús. Tan singular, que, como dice Duquoc, lo que constituye su centro y su secreto, la experiencia de Dios como su “Abba” también está ligada íntimamente a su preferencia por los últimos y desechados de este mundo. Lo original, subraya Duquoc, no es tanto que Jesús llamara a Dios “Abba”, que lo es, sino que lo hiciera desde una praxis de liberación de los dañados, abatidos y desechados de este mundo. Y fue esta originalidad la que resultó verdaderamente escandalosa, provocadora.
Pero esta fue la experiencia medular de la “espiritualidad de Jesús”, una espiritualidad mesiánica y compasiva, inquietantemente mesiánica y desconcertantemente compasiva. Y tal es la genuina espiritualidad cristiana, mejor, evangélica. Una espiritualidad impulsada por el espíritu, por la “ruaj” de Dios, el mismo aliento que impulsó a los profetas e hizo surgir el sueño y la esperanza del mesías, del cumplimiento de la justicia y la fraternidad universales.
Esta es una espiritualidad “recia”, no un bálsamo para el alma. Es una espiritualidad no solo para insatisfechos, como ha visto bien José María Castillo, sino una espiritualidad para “indignados”, para los que no soportan la injusticia y la desigualdad, la pobreza y la exclusión de las mayorías débiles de este mundo y por eso ofrecen “resistencia” a la ley, al ‘dharma’ capitalista que lo sustenta. Con razón llega a decir Dorotea Sölle que la mística, evidentemente esta mística de la espiritualidad de Jesús, es la raíz más profunda de la resistencia, de la subversión.
Esto puede pareceros exagerado, y desgraciadamente lo es. ¿Dónde encontramos hoy esta mística, esta espiritualidad? Ese es, sin duda, el problema. Es, dice Metz, el problema que ha generado la “crisis de Dios” hoy. Dios es problema hoy no solo por sus muchas falsas imágenes (que presentó y denunció con lucidez Juan Antonio Estrada en su libro), sino sobre todo porque, como dice con no menos lucidez Javier Vitoria, somos más gnósticos que verdaderamente cristianos, hablamos de Dios en abstracto, en teoría, no desde la experiencia. Pero, sobre todo, Dios ha entrado en crisis en nuestro mundo porque, como con más lucidez aún ha destacado Metz, hemos hablado de Dios “de espaldas” al sufrimiento del mundo, de los seres humanos. Y ha sido así, evidentemente, porque no hemos “experimentado” a Dios en y desde la experiencia del sufrimiento y la lucha contra él, como Jesús. Por eso no abunda la espiritualidad mesiánica y compasiva. Es justamente la que habría que recuperar en nuestros días de “ausencia de espíritu”, de sequía espiritual, de desierto y “huesos secos”, que diría el profeta (Ez 37, 1-14), … en medio de una desigualdad galopante y un consumo desaforado de mercancías.
Pero tal vez esté actuando hoy de nuevo la “ruaj” de Dios despertando y dando vida a los huesos secos en las gentes indignadas, resistentes, comprometidas, compasivas… Creo que ahí, en esa ciudadanía “subversiva”, en el mejor sentido de la palabra, se está generando una “revolución espiritual”, un “nuevo tiempo axial”, un verdadero retorno a la genuina espiritualidad cristiana “de ojos abiertos”
Momentos de una espiritualidad mística “de ojos abiertos”
Fue Juan Bta. Metz quien, con gran lucidez, acuñó y difundió la propuesta de una “mística de ojos abiertos”. Es la mística que, como acabo de mostrar, brota y se alimenta de la espiritualidad, de la mística de Jesús, de su profunda, singular experiencia del Dios del Reino. Una mística de cara al sufrimiento del mundo, con los ojos bien abiertos, como los de aquel “ángel de la historia” que, como escribe el pensador crítico judío Walter Benjamin, avanza de espaldas al progreso de los que triunfan sin poder perder de vista el cúmulo de sufrimiento que va quedando atrás en las cunetas de la historia…
Pero fue el gran teólogo de la liberación y mártir Ignacio Ellacuría quien trabajó con mayor reflexión y cercanía a las mismas víctimas, y con mayor pedagogía, algunos de los momentos o pasos de esta espiritualidad, que solo puedo ya enumerar y glosar con un breve comentario.
Es, dice Ellacuría, una espiritualidad que mira de frente a la realidad, que la mira a los ojos, que es “honesta” con ella, es decir, que no oculta ni encubre ni justifica su injusticia con la ideología que solo sirve a ocultos intereses, sino que la “desvela” y la denuncia. Es el momento del “hacerse cargo de la realidad del sufrimiento”.
Es, en segundo lugar, una espiritualidad que no deja indiferente, que no permite la evasión, el escapismo o la ingenuidad, sino que obliga, inserta en y compromete con esa realidad del sufrimiento que se hace insoportable. Es el momento del “cargar con la realidad del sufrimiento”.
Y es, en tercer lugar, una espiritualidad que incita e inspira la búsqueda de la praxis capaz de subvertir esa realidad, de “revertir este mundo inhumano”, como gusta decir a Jon Sobrino. Es el momento del “encargarse de” la transformación de esa realidad que hiere y mata.
En su comentario a esta ya famosa trilogía de los pasos de una “espiritualidad de ojos abiertos” por parte de Ellacuría, Jon Sobrino se atrevió a añadir, sin duda en sintonía con él, un paso más: sería el momento del “dejarse llevar por” por el espíritu de Dios, de la experiencia de Dios mismo en esa lucha, por tanto del momento más místico, el momento de la gracia, de la gratuidad, de toda genuina espiritualidad. Que es, al mismo tiempo, el momento “paciente”, del propio sufrimiento, incluso del martirio, que puede comportar, como dice la bienaventuranza evangélica, esa espiritualidad.
Culminaría aquí la recuperación de la genuina espiritualidad cristiana, evangélica. Pero no puedo cerrar esta reflexión sin antes abordar una última inquietud: con esta intensa concentración en la espiritualidad de Jesús y en la espiritualidad que emana de ella, ¿no nos hemos alejado demasiado del resto de tradiciones espirituales? Podría parecer, pero no lo creo. O mejor, sí y no. Y esto merece aunque solo sea una palabra para terminar.
b) Una espiritualidad transreligiosa de la compasión, ecuménica y ecológica
Decía más arriba que la “revolución espiritual” que se anuncia en este nuevo “tiempo axial” ha de alumbrar una espiritualidad que atraviese las demás tradiciones religiosas y a la vez las trascienda en un nuevo ecumenismo universal. Pero… ¿podrá nuestra recia espiritualidad evangélica contribuir a esta tarea? ¿No se diluirían sus rasgos más propios y proféticos?
Pienso que sí podría hacerlo, y justamente ella, aunque de entrada parezca lo contrario. No puedo abordar en detalle la enorme tarea que ello implicaría. Hay buena gente que lleva años trabajando en esta idea, como, por ejemplo, el monje benedictino brasileño Marcelo Barros, antes citado, que ha puesto en marcha una “experiencia macroecuménica” en esta dirección en su propio monasterio de la Anunciación de Goiás.
Pero ha sido el propio Juan Bautista Metz quien con mayor lucidez y vigor ha señalado cómo precisamente del núcleo recio de nuestra espiritualidad cristiana, evangélica, podría -¡y debería!- brotar e irradiar un nuevo ecumenismo de las religiones: un ecumenismo universal de la compasión, en el que sin duda podrían encontrarse todas las religiones de la tierra y rebasar incluso sus límites religiosos para alcanzar a toda la humanidad, también, por supuesto, a los no creyentes ni religiosos, siempre que sean sencillamente humanos. Sería un ecumenismo indirecto entre las religiones, pues la preocupación central que lo suscitaría y lo sustentaría no serían ellas mismas, las religiones (y sus líos), sino el sufrimiento del mundo y la lucha por su superación: Esta sería la espiritualidad global, universal del nuevo tiempo axial: la unidad íntima y permanente de experiencia del espíritu y lucha por la justicia contra el sufrimiento del mundo. Una espiritualidad impulsada y guiada por el imperativo categórico de: “¡¡Despierta, abre los ojos!!” Una espiritualidad, por eso, mística y política, es decir, integralmente humana, en una sociedad –añade Metz y todos sabemos muy bien- “en la que la política cede progresivamente su primacía a la economía y sus leyes de mercado, leyes que hace ya tiempo se desentendieron del ser humano.” (Memoria, 175)
Pero más aún: ese ecumenismo de la compasión no puede limitarse a las religiones, pero tampoco al mundo de los humanos, si quiere ser verdaderamente universal. La compasión ha de alcanzar a la creación entera, a todas las criaturas, a la tierra y al universo inabarcable. La compasión se torna aquí en cuidado de la creación, de la tierra y sus especies, del agua y el aire, de las galaxias… La espiritualidad del nuevo tiempo axial, será profundamente ecológica, o no será. Leonardo Boff, el teólogo y místico franciscano de la liberación, nos lo advierte ya desde hace años con gran lucidez y sensibilidad.
Esta es la utopía global de la espiritualidad del futuro. La utopía cosmo-te-ándrica”, en la que soñó Raimond Panikkar, el gran místico de las religiones que se adelantó al futuro. Una utopía tan bella como difícil. No será fácil, desde luego, caminar hacia ella y hacerla realidad. Las religiones, paradójicamente, suelen ser muy poco espirituales, muy poco movidas por la “ruaj”, por el soplo del espíritu, y ceden más bien a la tentación del dogmatismo, de la seguridad. Pero hemos de pensar, mirar, actuar y caminar en esa dirección. Más allá de todo dogmatismo y fundamentalismo, más allá de todos los falsos dualismos: cuerpo-alma, inmanencia-trascendencia, praxis-contemplación, nosotros-ellos… El descentramiento que supone la genuina experiencia de Dios y la lucha contra el sufrimiento del mundo nos sitúa en la buena dirección. La espiritualidad de Jesús, desde luego, ha de hacernos capaces de, ha de “empoderarnos”, como se dice ahora, en esta búsqueda y en este compromiso. Para revertir este mundo injusto, carente de espíritu.