PERDONAD Y SER PERDONADOS 16 DIC 2012
1.-Presentación
Nos hemos convocado hoy para, como solemos hacer cada año por estas fechas, (Adviento y Cuaresma) celebrar el sacramento de la Reconciliación.
El domingo pasado nuevamente se trato sobre nuestra capacidad de perdonar, sobre la dificultad de reconciliarnos con el hermano cuando nos sentimos víctimas de una ofensa, de una injusticia, de un desprecio grave que nos deja heridos. Esa situación nos escuece si la ponemos en contraste con la propuesta cristiana de perdonar “setenta veces siete”, es decir, siempre y en cualquier lugar.
Hoy queremos completar aquella perspectiva con otra que la complementa, la de pedir perdón, la de disponer del valor o sentir la necesidad de acercarnos al hermano y decirle ‘Perdóname’; la de mirar hacia atrás, hacia adentro y a nuestro alrededor para detectar nuestros errores, nuestras incoherencias, o nuestras inhibiciones y, a partir de ahí, apostar por una rectificación, un cambio hacia un nuevo estilo de vida.
Para ello, necesitamos volver de nuevo la mirada al evangelio y redescubrir que tanto el pecado (errores, desvaríos, contradicciones…) como el perdón no deben ser entendidos en clave jurídica, bajo el esquema de culpa-castigo, sino a partir del principio del Amor incondicional de Dios. Con el esquema moralista de que a toda infracción corresponde una sanción no es posible el perdón que sana y regenera, el que practica Jesús.
En efecto, Jesús no pronuncia absoluciones de culpa, no exige rituales de expiación, no impone penitencias. Acoge a los pecadores a base de ternura y compasión. Y así, los regenera.
El Dios de Jesús a nadie pide cuentas, a nadie castiga, a nadie condena. Es pura acogida. Su abrazo y comprensión transforman al herido que somos cada uno y nos hace capaces de curar a los demás, de perdonar a quien nos ha hecho daño. El perdón del Dios de Jesús es siempre gratuito, sin condiciones; es el perdón que nace de lo más hondo del corazón.
Eso es lo que leemos en la parábola del hijo pródigo. El padre había perdonado a su hijo desde el instante mismo en que aquél decide abandonar la casa paterna. Y cuando, arrepentido, vuelve, el hijo se cura del todo al comprobar que su padre ni siquiera le permite hacer su confesión.
Sólo desde este principio de amor incondicional se entienden los reclamos del evangelio:
“Amad a vuestros enemigos, perdonad a los que os ofenden. Es decir, no miréis a nadie como enemigo. Sed compasivos como vuestro Padre del cielo es compasivo”
O “Perdónales porque no saben lo que están haciendo”.
Jose Arregui, a quien seguimos en esta lectura del evangelio, resume así el mensaje del perdón presente en la carta a los Gálatas y a los Romanos: “Somos amados, somos perdonados, salvados por Dios de antemano, sin condiciones, y cuando esto lo creemos, lo acogemos y lo sentimos, esa percepción nos transforma y nos hace buenos”.
Y concluye: Ese es el evangelio de Jesús. Mirar al que me ha hecho daño de tal manera que los ojos no encuentren en él nada que perdonar. Es la mirada que transforma, el poder la bondad…. Es lo divino del ser humano o, mejor, la cara más humana de Dios”.
Queremos en esta celebración internalizar esta mirada sobre el perdón, tanto sobre nuestra actitud para pedir perdón al hermano, a todos los hermanos, a los cercanos y a los lejanos, como sobre nuestra capacidad para perdonar si alguna vez nos han hecho daño. Siempre desde esa óptica de la gratuidad y la regeneración.
Porque, en palabras de Arregui “perdonar es reconciliarnos con la debilidad que nos ha llevado a hacer daño a alguien y con la herida que hemos podido sufrir. Perdonar es curar las heridas de la vida”.
2.- Primera lectura: EL HIJO PRÓDIGO (Lc 15:11-22)
Un hombre tenía dos hijos; El menor le dijo a su padre: -Padre, dame la parte de la fortuna que me toca.
El padre les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido.
Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella tierra, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y buscó amparo en uno de los ciudadanos de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo:
-Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre. Voy a volver a casa de mi padre y le voy a decir: “Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”.
Entonces se puso en camino para casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
El hijo empezó: -Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados: -Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha encontrado. Y empezaron el banquete.
3.- canto: Pág. 36 nº 41 solo las estrofas
4.- Segunda lectura. Jn 8:2-11
Al alba se presentó de nuevo en el templo y acudió a él el pueblo en masa; él se sentó y se puso a enseñarles.
Los letrados y los fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio, le dijeron: -Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio; en la Ley nos mandó Moisés apedrear a esta clase de mujeres; ahora bien, ¿tú qué dices? Esto se lo decían con mala idea, para poder acusarlo.
Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo. Como persistían en su pregunta, se incorporó y les dijo:
-Aquel de vosotros que no tenga pecado, sea el primero en tirarle una piedra. Él, inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquello, se fueron saliendo uno a uno, empezando por los ancianos, y lo dejaron solo con la mujer, que seguía allí en medio.
Se incorporó Jesús y le preguntó:
-Mujer, ¿dónde están?, ¿ninguno te ha condenado?
Respondió ella: -Ninguno, Señor.
Jesús le dijo: -Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no vuelvas a pecar.
5.- introducción a la reflexión personal: Reflexión sobre la Reconciliación
Con esta ambientación que ha precedido, hemos intentado predisponernos a una REVISION de VIDA en nuestro interior, en el santuario de nuestra conciencia, donde se encuentra nuestra capacidad de PERDONAR a nosotros mismos y a los demás, pues si bien todos somos víctimas de nuestras limitaciones, de nuestras apetencias particulares, de nuestras imperfecciones, deslices, meteduras de pata, contradicciones, al mismo tiempo todos necesitamos ser merecedores de SER PERDONADOS para sentirnos reconciliados con Dios, presente en todos los humanos, en nuestros entornos familiares, laborales, comunitarios,…cada cuál sabe bien en qué consiste su conversión.
Así como el padre del hijo pródigo esperaba a su hijo con el perdón concedido de antemano, Dios nos espera en silencio en los demás, con el perdón concedido de antemano.
Este es el primer paso a dar en nuestro interior, la conversión al silencio, al recogimiento, donde se hace la experiencia del amor, la experiencia de Dios. Silencio es sinónimo de Presencia amorosa, y deseo de encuentro como el padre del hijo pródigo. Todos los grandes encuentros están precedidos o marcados por momentos de silencio, de espera. Así es el Adviento, tiempo de espera del encuentro de Dios con la Humanidad.
Tras un momento de silencio, os pedimos poner por escrito, dos o tres de nuestros fallos o contradicciones, habituales, de los que debemos pedir perdón, los depositamos en una bandeja y por lo que nos gustaría sentirnos reconciliados, perdonados.
6.- reflexión individual sobre pedir y dar el perdón, escribiendo el resultado.
7.- leer algunos de los escritos
8.-salmo sufí:
¡Señor! perdóname eso que sabes de mí mejor que yo mismo.
Si nuevamente cometo una falta, Señor,
concédeme de nuevo tu perdón.
¡Señor! perdóname los compromisos que he contraido
y a los cuales Tú sabes que he sido infiel.
¡ Señor! perdóname si, en mi deseo de aproximarte a Ti,
mi corazón no ha sido tan ferviente como mis palabras.
¡ Señor! perdóname la indiscreción de mis apreciaciones,
los extravíos de mi lenguaje, las tentaciones de mi corazón,
y los desfallecimientos de mi voz.
9.- canto: Pág. 30 nº 35
10.- oración de perdón y gracias (Jesus Burgaleta) Todos
ORACION de PERDÓN
(Sobre original de J. Burgaleta)
Grupo I. Queremos aplaudirte, Padre nuestro, hasta rompernos las palmas de las manos, porque siempre te vemos al lado de los débiles. porque apuestas por los huérfanos, los esclavos, las viudas, los marginados de la sociedad.
Grupo II. Por nuestra parte, reconocemos que, a pesar de confesarnos creyentes, seguimos cómodamente instalados en la injusticia, dejándola que siga su curso, sin hacer casi nada por remediarla.
Grupo I. Pero queremos despertar del sueño y reencontrar la actividad. pues nos sentimos responsables de nosotros mismos, de la sociedad y, en alguna medida, también de la Iglesia.
Grupo II. Queremos romper las cadenas y unirnos a aquellos que, libres de toda atadura, intentan alcanzar para todos una vida más humana.
Grupo I. Unidos a ellos y a Jesús, te dedicamos la firme decisión de ser fieles al evangelio, de trabajar activamente por una sociedad nueva, y un estilo de vida más solidario y fraterno.
Grupo II. Gracias, Padre, por estos deseos de conversión. Nos alegramos por la fuerza interna que sentimos, y por la misericordia compasiva de tu amor gratuito.
Grupo I. Percibimos que nos regeneras al sembrar en nuestro corazón la esperanza, la alegría y la paz.
Grupo II. Por ello, desde nuestro renovado corazón unidos en abrazo de reconciliación nos dirigimos a ti con la oración que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro……..
Equipo: Que la misericordia y el amor compasivo el Padre nos acompañe en todo momento y nos aliente a corregir nuestros errores, a mirar con ojos nuevos y pensar con otras palabras, a sentir con un corazón de carne, sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás. AMEN
Y ahora…, en señal de Reconciliación, ¡démonos la paz y el perdón¡