Una comunidad en la que el cuidado no solo sea una ética, sino también una épica

(Pepa Torres)

En la Asamblea de Octubre de 2023 se volvió a presentar este tema que quedó inconcluso en la de abril de 2023. Las aportaciones de lo comuneros figuran en el acta de la Asamblea

Se trata de encarar la situación actual de la comunidad aceptando los retos que, a partir de las exigencias de la sociedad actual y del estado de los comuneros: edad, salud, compromisos familiares…en muchos casos no solo supone un aislamiento de la/s persona/s de la comunidad, sino que además muchas están necesitadas de un cuidado “comunitario”.

Empezamos centrando el tema citando  a Leonardo Boff y su teoría sobre el cuidado.

Para Leonardo, el cuidado es la mano que se extiende y crea una cadena de cooperación y convivencia, una mano que no es violenta, sino que, por el contrario, es protectora y busca tratar a las personas como seres humanos

El cuidado es definido desde varios sentidos.

  • El primero es el cuidado como solicitud, desvelo, atención, diligencia, demostrando la importancia del otro.
  • Un segundo sentido, derivado del anterior, denota preocupación, desasosiego, incluso sobresalto por el otro. Corresponde a una dimensión más afectiva del cuidado y está ligado a la persona amada y con aquellos con quienes se comparten sentimientos de amor.
  • Se nos presenta un tercer sentido de cuidado, como “el conjunto de dispositivos de apoyo y protección sin los cuales cualquier ser humano no puede vivir”.

Aportamos una reflexión de Jesús Bonet en el nº 124 de la revista UTOPIA: Educar para el cuidado es cuidar la vida.

La ética y la espiritualidad del cuidado se aprenden.

La vida es frágil; sin un cuidado continuo, sufre o muere. Y ese cuidado se educa desde la infancia: en casa, en la escuela y en los medios de comunicación. Pero vivimos en una sociedad del “des-cuidado”, de individualismo y de  ausencia de solidaridad con cualquier tipo de vida. Educar la ética y la espiritualidad del cuidado es una cuestión de justicia y de empatía con la vida, porque cuidar es un estado del espíritu que se puede aprender.

Sin el cuidado es imposible la vida.

Somos frágiles, inseguros, limitados, vulnerables; el planeta también lo es. Todos necesitamos cuidados; sin ellos, la vida se escapa, agoniza. Por eso, cuidar es hacer posible la vida, facilitarla y amarla, pues cuidamos lo que amamos y amamos lo que cuidamos.

Educar para el cuidado es educar para cuidar porque el cuidado se aprende, se desarrolla y se cultiva. Y se educa en la familia, en la escuela y en los medios de comunicación social. Sin el cuidado es imposible la vida.

Educar la actitud ética y la espiritualidad que cuida la vida.

Educar la ética y la espiritualidad del cuidado equivale a educar para la justicia y el derecho, para la compasión y para la empatía con la vida. Pero esta empatía no es sólo intelectual y teórica; es una empatía basada en una “ética cordial”, como la llamaría Adela Cortina.

En definitiva, aprender la ética y la espiritualidad del cuidado es aprender a mirar la vida y a ocuparse de ella en cualquiera de sus formas. Pequeños-grandes gestos ayudan a educar esa espiritualidad: ser cariñosos con los mayores, respetar la igualdad entre mujer y varón. Hemos encontrado multitud de gestos que ayudan a la educación de ética y espiritualidad en el punto 211 de la Encíclica Laudato si de Francisco que os recomendamos repasar.

Finalmente, el cuidado necesario es un recurso para construir una sociedad donde las relaciones humanas se establezcan como una fuerza curativa. Hay que aceptar como dato realista que quien cuida necesita ser cuidado. Y hay que aprender a llevarlo a cabo de tal manera que nadie se sienta humillado o disminuido, sino que, por el contrario, ayude a estrechar los lazos y crear el sentimiento de una comunidad no solo de trabajo sino una comunidad de destino. Esta utopía necesaria es un profundo llamado a la esperanza, al sueño de un futuro distinto que podemos construir entre todos y todas.

Ahora queremos plantearnos como aplicamos estas ideas en nuestra vida en comunidad

La convivencia en cualquier grupo humano, sobre todo con el paso del tiempo, suele ser conflictiva; en el caso de nuestra comunidad más que problemas de convivencia como tal (a diferencia de los que pueden darse en una familia u otro grupo donde el contacto es habitual), una de las causas más frecuentes de conflicto es el grado de participación en las tareas comunes. Dando por supuesto que la decisión de formar parte de la comunidad es libre y bienintencionada, cada cual puede reclamar el derecho a que se acepten sus limitaciones y debilidades, y a beneficiarse de lo que el resto del grupo construye y ofrece generosamente, admitiendo como condiciones mínimas el no suponer una carga o un freno, colaborar al menos ocasionalmente, actuar con discreción y no enrarecer el ambiente. Es evidente que se trata de un planteamiento cómodo, parcial y muy discutible, incluso provocador, pero realista y que apela interesadamente a la alternativa indeseable de generar exclusión.

Dos de los compromisos tomados en la asamblea de abril de 2.022 fueron:

La participación en los órganos fundamentales de la comunidad (Consejo, Fe y cultura) con un espíritu de servicio

La participación en los grupos de trabajo, de reflexión, de preparación de celebraciones aportando análisis, rigor, ingenio, creatividad.

Ante esta situación nos planteamos:

¿Consideramos suficiente esta participación?

¿Cómo nos sentimos en este momento comunitario?

¿Qué carencias percibimos?

¿Deberíamos ampliar nuestras atenciones personales?

¿En qué otras soluciones podemos pensar?