Hay momentos en la vida de una persona que son considerados claves. Que configuran, podríamos decir, de forma particular toda su existencia. Las llamadas experiencias-cumbre por algunos psicólogos tiñen la vida de las personas dotándolas de características especiales.
La donación de uno mismo es un ejemplo de ello. Desde los humanismos filosóficos, sociales y religiosos podemos entenderlo muy bien.
El ejemplo más grande de donación es para mí Jesús de Nazaret. La consabida expresión el Hijo de Dios encarnado cobra, a raíz de la experiencia-cumbre de vida o muerte, un matiz especialmente trascendental desde lo más hondo de mi existencia.
Desde una religiosidad tradicional, se nos repite que Jesús dio la vida por nosotros, señalando otras expresiones igualmente significativas: a causa de nuestros pecados, por nuestra salvación, etc. Hoy no quiero detenerme en esto último; prefiero comunicaros qué significa para mí la vida plenamente. Lo resumiría en una frase: “dejarse guiar por el Espíritu”. Ello me conduce a una interiorización más profunda de lo que significa dar la vida.
En este tiempo me he detenido, a raíz de una experiencia fuerte de muerte y vida, a pensar qué significa en mi historia dar vida más allá de la vida.
Donar la vida es compartir; es generar esperanza en medio de los dolores y tragedias humanas; es reír y hacer fiesta con los amigos, con los hermanos, en medio de esta creación que el Señor nos ha entregado para que la transformemos, donar la vida es entregar mi tiempo, mis energías, mis cualidades personales para que otros, los menos favorecidos por la vida, vivan más y mejor.
Donar la vida es llevar la esperanza y la alegría allí donde el dolor y el sufrimiento hacen mella; donar la vida es estar al lado de la enfermedad y combatiendo la muerte con todos los recursos humanos a nuestro alcance, donar la vida es creer en la posibilidad de una mayor dignidad y una mayor humanidad a pesar de nuestros defectos.
Lo más importante de la donación personal es aceptar con humildad, la finitud de nuestra existencia, es creer y querer que cuando nosotros marchemos, hacia la eternidad, al encuentro con nuestro Creador, habremos dejado una pequeña huella de su presencia en nuestra historia y en la Historia.
Todo esto suena hermoso, ¿verdad?, pero desgraciadamente o tal vez afortunadamente, muchas personas viven limitadas físicamente, mermadas en alguno de sus órganos vitales. Lo que les impide llevar una vida plenamente feliz, dependientes permanentemente de “otros “: médicos, hospitales, máquinas…hermanos…
Ante el sufrimiento y la dependencia que se desprende de la enfermedad heredada genéticamente o adquirida, me pregunto si honestamente me está permitido ( cuando me llegue la hora de partir de este mundo ) llevarme los órganos vitales que allí no necesitaré. Desde el Jesús encarnado, muerto y resucitado en quien creo, considero que es un deber moral hacia los hermanos más desfavorecidos, más golpeados por la enfermedad y el dolor, donarles un poco de vida y esperanza cuando yo finalice mi camino en esta tierra.
El CORAZÓN, motor de la vida humana con su fuerza para amar permite valorar los aromas de esta tierra, bañada tantas veces e sudor. El HÍGADO y los RIÑONES fuente de filtración de los procesos biológicos de la vida. Los OJOS, espejo de la vida , en los que la creación se nos regala como la belleza del paraíso terrenal…TODOS ELLOS, si Dios lo permite, HARÁN QUE UN SER HUMANO, anónimo para mí, VIVA MÁS DIGNAMENTE Y MÁS FELIZMENTE.
Ojalá que desde la conciencia individual y colectiva , sin esperar a vivir grandes tragedias personales, pudiéramos recordar antes de nuestra marcha aquella frase del Señor: lo que hicierais a uno de estos pequeños, lo habéis hecho conmigo.
Angelita.