Mercedes Navarro Puerto                                                                         Mayo 2008

1- ¿Era Jesús un hombre feliz?

Yo tenía un profesor que aunque daba clases en la UPSA, era ateo. Explicaba psicología de la personalidad. Un día, la facultad de teología organizó una mesa redonda interdisciplinar sobre Jesús y los evangelios, y le pidieron a este profesor que estudiara la personalidad de Jesús, tal como aparecía en los evangelios y hablara de su equilibrio psíquico. Su exposición me impactó mucho. Entre las conclusiones a las que llegó recuerdo una: que los evangelios  dejaban percibir en Jesús a un personaje feliz, que transmitía felicidad e iba construyéndola a su alrededor. Desde entonces, recuerdo, la frase pasó haciendo el bien, me sonaba de un modo más concreto y realista: pasó construyendo bienestar, elevando la autoestima de la gente, haciendo a tod@s más felices…

Tengo una amiga, atea también, que se precia de su elevada ética. De vez en cuando solemos hablar de ello desde las dos perspectivas en que nos movemos, la suya, atea, y la mía, cristiana. Cuando le pregunto acerca de los motivos por los que adopta su postura, suele decirme que, en su experiencia, la bondad y la felicidad andan juntas. Y, añade: la bondad es un modo de ser inteligente ; entonces me cita las obras de J.A. Marina que tanto le gustan.

Mi reflexión sobre la felicidad de Jesús ha aprendido de cuanto me han transmitido éstas y otras personas, pero la lectura del evangelio me ha llevado hasta la pascua. Ahora ya no puedo separar felicidad (cristiana ) y pascua de Jesús.

2-  La Pascua y la ética: bienaventuranzas y bondad

La Pascua es el principio teológico de la felicidad. En esta clave pascual deben leerse las bienaventuranzas, porque éstas remiten a aquélla. Mejor dicho, las bienaventuranzas concretan este principio teológico muy abstracto, quizás, cuando se formula, pero de fuertes e  interesantes incidencias prácticas. Las bienaventuranzas (pensemos en las de Mateo) tienen dos claves de comprensión:

+ es un discurso programático (Mt 5,1-11). Por eso el resto del evangelio, cuando se haya acabado su lectura, podrá decir si se ha cumplido el programa o no; si el lector ha sido engañad@ o, por el contrario, ha verificado su verdad a partir de su cumplimiento.

+ es un discurso de anticipación pascual. Al acercarse la pascua de Jesús, el lector debe volver a leer las bienaventuranzas a la luz de Mt 25, 31-45: el juicio final (tuve hambre… tuve sed… estuve enfermo…. en la cárcel…). Todas las bienaventuranzas despliegan la primera: bienaventurados los pobres

Si Jesús es propuesto en el evangelio como un personaje de cuya boca sale un discurso como el de las bienaventuranzas y una parábola como la del juicio final, es probable que él mismo sea un personaje del que emana felicidad. La Pascua viene a ratificar que el Reinado de Dios es un Reinado de felices. Pero para poder esperar la plenitud prometida del Reinado de Dios, el ser humano necesita de unos signos concretos, palpables, en los que apoyar su esperanza. Signos, que no evidencias y seguridades. Jesús ofrece signos de felicidad vinculados a la Pascua; los mismos que da a los discípulos de Juan: los ciegos ven, los cojos andan… los pobres son evangelizados (cf Mt 11,2-6). Parafraseando el texto, podríamos formular estos signos de Jesús de este modo: puesto que yo tengo el gozo de ver, comparto la vista con los ciegos; puesto que yo poseo el don del movimiento, comparto esta gracia con los que no pueden andar; puesto que yo tengo la riqueza del evangelio, la ofrezco gratuitamente…La experiencia propuesta por Jesús nace de sí mismo, de lo que tiene y disfruta, de lo que es su don personal, hecho de todo lo que ha recibido y de lo que él mismo ha cultivado. La salud de su cuerpo se expande construyendo otro cuerpo sano en aquellos a los que cura, ayuda y evangeliza.

Pero todavía estamos en el nivel de la necesidad, aunque es el lugar donde se juntan la ética y la felicidad, la inteligencia y la bondad. Contemplamos a un Jesús feliz a partir de la felicidad que va construyendo en torno de sí. Éste es uno de los niveles de la anticipación de la Pascua . Sin embargo, ser feliz y compartir la felicidad rebasa estos primeros estadios de urgencia humana. Más todavía, sólo quien ha salido del estadio de las necesidades inmediatas, puede disfrutar por disfrutar. Tenemos los humanos una experiencia de felicidad que se sitúa en otro nivel: el del placer. Hay placeres, es verdad, que sólo se disfrutan cuando se tienen las primeras necesidades cubiertas, pero también es cierto que es en el núcleo mismo de la necesidad donde se esconde el principio del placer (comer, estar limpio, ser amado, tener relaciones sexuales…). Ellos introducen a la persona en una posibilidad de felicidad más gratuita.

¿Experimentó Jesús este tipo de felicidad? ¿hay alguna relación entre el placer y la pascua ? ¿puede el placer convertirse en signo de redención cristiana, de rescate verdadero? ¿dicen algo los evangelios al respecto?

 3- La Pascua y el placer:  la unción de Betania (Jn 12,1-8 )

Hemos hablado tanto sobre los peligros y males del hedonismo de nuestra cultura que corremos el riesgo de ensombrecer la luz esplendorosa del placer creado por Dios y evocado por Él mismo aquel día primero de la creación  cuando, separándose de su obra, al estilo del mejor artista que desea apreciarla en su conjunto, ve que era bueno y bello (el término hebreo tôb designa ambas cosas) todo lo que iba realizando su palabra. Hemos minimizado la importancia de la frase sobre el Abbá de Jesús, que hace salir el sol sobre buenos y malos, justos y pecadores. Es decir, que no hace distinciones cuando ofrece sus dones, pero tampoco cuando invita a disfrutar gratuitamente de la vida y de la belleza.

De esto, creo yo, habla la escena, presente en los cuatro evangelios, en la que una mujer derrama perfume sobre Jesús. Y de este cambio de nivel, que va de la necesidad primaria a otro en el que ya no rige la necesidad, habla la protesta de los discípulos cuando se refiere a los pobres. Vamos a verla más despacio en el texto del cuarto evangelio (Jn 12,1-8).

La historia es muy breve. Jesús está, al parecer, en la casa de Marta, María y Lázaro (aunque el lugar queda ambiguo) donde dan un banquete en su honor. Cada uno de los personajes tiene su sentido pascual dentro de la escena. Entra María y sin mediar palabra derrama perfume de nardo sobre los pies de Jesús y los seca con sus cabellos. La casa, dice el narrador, se llenó del aroma del perfume. Judas protesta diciendo: ¿por qué no se ha vendido este perfume por treinta denarios y se ha dado a los pobres? Y el narrador añade que no es que le importaran los pobres, sino que como era ladrón, robaba de la bolsa común del dinero. Jesús sale en defensa de María y le dice a Judas que la deje en paz porque ella se ha adelantado a ungir su cuerpo para la sepultura. Y añade: porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis, una frase que ha hecho correr mucha tinta.

 Personajes pascuales

Junto a Jesús, compartiendo la mesa, está Lázaro, cuyo cometido en la historia es  testimoniar que ha sido devuelto a la vida por Jesús. Es un personaje-testigo que anticipa lo que va a sucederle a Jesús: su muerte y su resurrección. Lázaro es, por consiguiente, un personaje pascual, un resucitado. El don de la vida que le ha sido devuelto se celebra por todo lo alto con un banquete. No se van a la sinagoga ni al templo a dar gracias a Dios ni organizan una celebración litúrgica, sino que se reúnen en torno a una mesa, en una fiesta, en un banquete.

El sentido anticipador de Lázaro viene de atrás. Ya en el comienzo (Jn 11,1), cuando se informa de que estaba enfermo, Lázaro es propuesto como un personaje narrado al servicio del signo de Jesús. Desde el primer momento, Jesús actúa con él en función de ese signo. Adelantándose interpreta: esta enfermedad no es de muerte sino para la gloria de Dios (Jn 11,4). Y más tarde:  Lázaro, nuestro amigo, duerme (Jn 11,11). La referencia a la enfermedad evoca, narrativamente, otras enfermedades y dolencias que Jesús ha ido curando. El lector espera que Jesús actúe, como le ha visto actuar en otras ocasiones, y le cure. Pero hay un elemento de sorpresa y avance en la acción narrativa: Jesús deja intencionadamente que la enfermedad de Lázaro llegue hasta el final y desemboque en la muerte. De este modo, la muerte de Lázaro es el punto máximo y crítico de toda una línea de personajes e indicio para el lector, que verá en la devolución a la vida de Lázaro el último (penúltimo?) de sus signos. De esta manera, el narrador va entretejiendo sutilmente la suerte de Lázaro con la suerte de Jesús. El lector no encontrará nexos de causalidad, pero al verlos yuxtapuestos realizará inferencias de las relaciones entre ambos destinos.

Luego está el personaje de Marta. Ella, dice el texto, servía. Su lugar y su sentido dentro de la historia es hacer que el lector se pregunte, extrañado, por el significado de servir, máxime si la recuerda en el c.11. Marta no está presentada a la luz de las tareas domésticas ni en acciones típicas o propias de las mujeres. El episodio de la resurrección de Lázaro no se ocupa de ello Por qué, entonces, va a caracterizarla ahora el narrador como la que sirve? Y si no se trata del servicio a la mesa, entonces de qué servicio se trata, en qué consiste el servir? La coherencia narrativa y de la interpretación de los datos, indica al lector que no debe esperar lo convencional.

El episodio termina y el narrador no recupera ni al personaje de Marta ni su acción a diferencia de Lázaro, al que se recupera más adelante (cf 12,10), no reaparecen ni el nombre ni el personaje de las dos mujeres, sino solamente sus acciones. Eso indica que lo importante de Lázaro es el nombre, evocador del signo de la vida devuelta por Jesús, y lo importante de las mujeres son sus acciones. En efecto, la acción de María se recupera, con variaciones, en la cena del c. 13 (Jesús lavando y secando los pies de los suyos). La acción de Marta se recupera antes, en el episodio de los griegos (12,20-26).

Este episodio tiene lugar inmediatamente después de la solemne entrada de Jesús en Jerusalén. Unos griegos, que van a la fiesta de la pascua judía, dicen a Felipe que desean ver a Jesús. Felipe se lo comunica a Andrés y ambos van a buscar a Jesús. El recorrido que hacen estos dos discípulos recuerda al lector la llamada al discipulado desde los primeros capítulos de Jn. Puede sospechar que el episodio va a tener algo que decir sobre el seguimiento. En efecto, Jesús se vale de una metáfora para referirse a su propia muerte y desde ahí abre el discurso al discipulado: el que ama su vida la perderá. La frase siguiente (v.26 ) habla de seguimiento y de la acción de servir: si alguno me sirve,(diaconé)  que me siga y allí donde esté yo estará mi servidor (diáconos). Si alguno me sirve (diaconé)  mi Padre le honrará.

Esta frase identifica el servicio a Jesús con el seguimiento. Ahora el lector sabe en qué consiste la acción de Marta: ella sirve de modo continuo porque sigue a Jesús. Ella está donde está Jesús y su acción de servir le incluye a él. Sin embargo, a diferencia de Lázaro, Marta no va a participar directamente del destino de muerte de Jesús, sino indirectamente, en referencia a la faz de vida de la Pascua, que es el servicio. Jesús lo recupera, no se olvide, una vez que se ha adelantado su Pascua. Servir, por tanto, no es necesariamente servir la mesa como una acción doméstica típica de las mujeres del lugar (aunque nada impide que pueda incluirlo), sino que es una acción estrechamente vinculada al seguimiento de Jesús. Servir hace de quien sirve un servidor, es decir, un seguidor. Es la última palabra de Jesús sobre el servir.

Y, por fin, está el personaje de María que lleva a cabo una acción insólita: toma perfume de nardo puro carísimo, baña con él los pies de Jesús y los seca con sus cabellos.  Jesús se deja hacer. El narrador dice, en seguida y antes de que intervenga Judas, y la casa se llenó del aroma del perfume. La acción de María es un verdadero derroche. No era un gesto necesario, no pertenece al nivel de las necesidades, sino que está en otro plano. Es un verdadero derroche de placer. Y puesto que provoca y comparte un placer muy intenso puede ser recuperado por Jesús como signo y evocación anticipada de un estado de gozo permanente, como es la Pascua definitiva, la Vida y su plenitud.

Llega el comentario tramposo de Judas introduciendo a los pobres, las necesidades inmediatas, orientando la interpretación del gesto de la mujer a su cálculo en dinero, cerrándolo a otras interpretaciones, utilizando el nivel de la ética y la obligación solidaria con los pobres, para enmascarar sus oscuros y escondidos propósitos. Sentencia, además, como si el placer, la gratuidad y los pobres estuvieran reñidos. Como si lo que significan Lázaro y Marta no estuviera en el nivel de las necesidades y las pobrezas y la solidaridad. Como si Jesús no fuera él mismo un pobre a punto de ser asesinado injustamente. Y Jesús, que sabía de sus medias verdades y su condición de ladrón, le responde que deje a María, porque lo que ella ha hecho tiene una importancia enorme; aunque parece que él, Judas,  no tiene capacidad para entenderlo: ella se ha adelantado a su sepultura. Le ha hecho gozar de antemano de aquéllo que va a ocurrirle después de que se muera, le ha adelantado el gozo de la vida en el signo del placer intenso del perfume de nardo. Jesús aquí goza a fondo de este placer gracias al gesto de María.

En el discurso de Judas hay mucho de innoble con respecto al mismo Jesús. Él ha pasado haciendo el bien y, con su bondad, ha comunicado felicidad. Pero cuando le ofrecen algo placentero es criticado (en la crítica a María subyace una crítica a Jesús). ¿La vida queda definida, entonces, por la obligación? ¿la pobreza y los pobres quedan reducidos a cálculo económico, en vez de integrarse en el plano de la hermandad y solidaridad que arrastran, inevitablemente, el nivel económico? ¿el placer queda desvinculado de la felicidad, es un lujo del que no participan los pobres? ¿no es solidario que María comparta el olor del  caro perfume de su frasco con todos y todas los que están en la casa? ¿la felicidad ha de orientarse solamente a colmar carencias y a combatir necesidades?  ¿debe privarse a los pobres del placer de sus sentidos? ¿no tienen derecho a contemplar la belleza natural, a saborear lo poco o mucho que tengan para comer, a tocar y vibrar con los contactos placenteros, a escuchar algo hermoso y percibir un olor que les haga disfrutar? ¿También hay que privar a los pobres de este nivel de la vida, de la gratuidad y la belleza? ¿debemos ser cómplices incluso de este otro empobrecimiento?

En esta escena se habla de dinero (de su significado) en relación con dos protagonistas: María y Judas. Cada uno de ellos lo utiliza de diversa forma. María lo derrocha sin cálculo por amor. En este sentido, el dinero se convierte en signo de la persona, de su relación  y de su solidaridad. Utiliza su riqueza para dar y para darse. Judas, en cambio, lo ambiciona y lo roba. Utiliza ideológicamente la relación ética de necesidad introduciendo a los pobres para su provecho egoísta.

El placer de Jesús y el placer de María

Retornemos atrás un momento y veamos a María bajo algunas particularidades del capítulo 11, cuando Jesús va a resucitar a su hermano. De las dos hermanas, María es la que aparece participando más intensamente en el duelo por Lázaro. Este énfasis tiene la función narrativa de revelar la intensidad del amor por su hermano. De este modo el lector podrá comparar este amor con el amor que le tiene a Jesús.

Jesús vulnerable

Cuando María acude en busca de Jesús a la tumba en la que yace Lázaro y llora, estimula la reacción de llanto de Jesús en 11,32 y aunque posiblemente Jesús no se emocione y llore por las mismas razones que ella, lo cierto es que sorprende tanto la empatía de Jesús , como la capacidad de María de provocar su llanto.

El narrador del cuarto evangelio presenta a Jesús como un personaje  controlado que lleva la dirección de los acontecimientos sin que ninguno le desborde. No acostumbra a mostrar la faz emotiva y reactiva de Jesús. Fuera de 11,29-33 Jesús no se muestra bajo esta dimensión. Su pasión es relato paradigmático del personaje consciente y libre que en ningún momento parece estar bajo el dominio de los sentimientos. Pero el narrador evita equívocos sobre la identidad y naturaleza de Jesús. El lector sabe que Jesús es profundamente humano, que llora y se siente vulnerable, se deja afectar y lo que ocurre a su alrededor no le deja indiferente. Lo sabe gracias a la vulnerabilidad que muestra en los capítulos precedentes a la pasión, que el lector puede percibir a partir del estímulo provocativo del personaje de María. Ni los discípulos ni Marta ni el hecho mismo de la muerte de Lázaro, que él conoce por anticipado, han sido capaces de arrancarle emociones profundas. Sólo la presencia y el llanto de María, que aparece inmersa en la situación de duelo, en el que participan  los judíos en un plano más distante, estimulan su intensa reacción emotiva.

 Efectos pascuales

No resulta habitual que una familia que acaba de enterrar a un familiar, disponga de tanto perfume para derrocharlo gratuitamente como hace María en 12,3.  Ni siquiera en el supuesto de que se tratara de una familia rica poseedora de una tumba propia. Si entendemos el episodio de Lázaro estrechamente conectado con el de la unción, cabría otra respuesta a la pregunta sobre el material que utiliza María en la unción: Cuando Marta dice a Jesús Señor, ya huele porque lleva cuatro días (11,39) da qué pensar al lector, sabiendo que era costumbre ungir los cadáveres para que se preservaran unos días en la tumba mientras duraban los ritos iniciales del duelo.  Marta piensa que el cadáver va a oler mal porque no ha sido untado con los perfumes y ungüentos habituales. Si avanzamos a 12,3 y aceptamos una intencionalidad en el gesto de María y escuchamos la interpretación de Jesús, la hipótesis se vuelve más verosímil: el perfume de María es el que debía haber sido utilizado en el embalsamamiento de su hermano. María lo ha guardado para Jesús. Eso mostraría que para ella, que tan impactada estaba por la muerte de Lázaro, al que parecía amar tanto, Jesús es más significativo, importante y amado que su mismo hermano. María mostraría en la unción que Jesús es para ella la persona más importante y la más amada.

Al ungir a Jesús María queda ungida cuando le seca los pies. Une dos elementos antagónicos: los pies, símbolo de la humanidad necesitada y mortal (corrupta y maloliente) y el nardo, símbolo de la vida, el amor, la fiesta y el lujo que parece ignorar la necesidad. Impregna de vida y de amor lo humano y mortal. María misma aparece desbordada por su gesto. Al secar los pies de Jesús, queda perfumada (ungida) en su cabeza. Desde las palabras de Jesús, el lector puede percibirla como ungida profetisa, ungida predicadora pascual, participante-testigo de la muerte anticipada de Jesús. Si Él, ungido en los pies, aparece en su faceta más vulnerable participando y simbolizando lo radical humano (la muerte), ella, ungida en la cabeza simboliza las posibilidades insospechadas de lo humano.

María ha dado a Jesús su perfume excesivo y lujoso. Jesús no la ha dejado fuera de su don. La generosidad beneficia a la misma persona generosa. El amor y la fe redundan en quien ama y cree. El desbordamiento sin cálculos dejan desbordado al propio agente. De esta forma, el narrador comunica a su lector, junto con la teología pascual, una antropología optimista. La casa, impregnada del aroma del perfume de los pies de Jesús y cabellos de María, se vuelve lugar de anuncio de la plenitud humana de la Pascua. El relato presenta a María como una nueva perspectiva de lo humano.

Antropología pascual

a) pascua y mujeres

María, presentada en el c.11 en su relación con Lázaro y con Jesús (la amaba, junto con sus hermanos), como mujer (lo humano) que ama intensamente, que expresa emotivamente su amor y su dolor, es recuperada por Jesús en adhesión discipular (siempre a sus pies) y en contexto comunitario. Esta anticipación pone al lector en la pista de la transformación de las relaciones humanas que va a tener lugar en relación con Jesús y en contexto de Pascua. Jesús recupera, acepta y se apropia el gesto, anticipación de la sepultura, como expresión de amor. Así la muerte y la vida quedan vinculadas a través del amor. María apunta hacia donde se encontrará el amor más grande. El lector, más adelante, verificará que la muerte de Jesús es el gran gesto de amor por la humanidad (cf Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas, 10,11 y nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos…vosotros sois mis amigos… 14,13.15). Al anunciar la muerte de Jesús, María anuncia su amor (don de la vida) por sus amigos.

La antropología pascual de Jn evoca algo original y nuevo de lo humano que tiene que ver con las mujeres. El narrador, en efecto, asocia el amor pascual con ellas (Marta, María de Betania, María magdalena), en la seguridad de que su lector implícito lo entenderá mejor, según la mentalidad de su época. El narrador propone a María como símbolo que sintetiza lo humano nuevo, en forma de mujer, anticipando y anunciando la Pascua.

b) pascua y corporalidad

Otro apoyo antropológico en esta escena es el cuerpo. El cuerpo, pies y cabellos, son medio y lugar del signo anticipatorio de muerte y de vida. El narrador simboliza en el cuerpo la experiencia de la Pascua anticipada. Si es en el cuerpo donde se experimenta la enfermedad (cf 11, 4), la muerte y el signo de la muerte, el olor de la corrupción (cf 11, 39), por coherencia, debe ser en el cuerpo donde se experimenten los signos que anuncian la muerte y, tras ella, la vida en plenitud.

María unge los pies con un signo perceptible a los sentidos corporales, aquella parte del cuerpo de Jesús que simboliza mejor su condición humana necesitada y mortal. Y ella queda ungida en aquella parte de su cuerpo, la cabeza, que simboliza lo más valioso y digno del ser humano. El cuerpo, así, aparece en este relato como lugar o espacio humano en el que se anuncia la pascua de Jesús, y lugar desde donde se testimonia y predica esa pascua.

c) pascua y condicion humana sexuada

La corporalidad, además, encierra otro sentido pascual más escondido y sutil, pero no por ello menos importante, la dimensión sexuada. Lo humano, de esta forma, no aparece indiferenciado. No es absorbido por una corporalidad neutra que, a la postre, se erigiría en punto de referencia para uno sólo de los  géneros. Del relato se deduce una corporalidad sexualmente diferenciada, tanto en el aspecto de necesidad y muerte, como en el de desbordamiento y vida resucitada. María había sido mostrada al lector, llorando, bajo los efectos de la pérdida del hermano amado. Su corporalidad de mujer expresaba el dolor y la muerte. Jesús, aun cuando también llora y sus lágrimas son interpretadas, por asociación, como lágrimas de luto, desarrolla el signo desde su corporalidad y la de Lázaro. Eleva sus ojos al cielo (11,41) y grita con una gran voz (11,43) para dar la vida. Él aparece como alguien lleno de autoridad. Ella bajo la pérdida afectiva. Reacciones que, en cierto modo, responden al estereotipo cultural de mujeres y de hombres.

Pero en la escena de la unción el estereotipo se invierte. El símbolo eufemístico de lo varonil (los pies), lo masculino sexuado, es ahora lugar simbólico de la corporalidad humana masculina, frágil y mortal, de Jesús. Y el símbolo eufemístico de la feminidad sexuada corporal (los cabellos) es ahora lugar simbólico de la fuerza, la autoridad y la misión expansiva de la Pascua. Lo humano, así, diferenciado, pero no discriminado, como lugar de la experiencia humana que no niega la diferenciación sexuada, manifiesta una corporalidad vuelta hacia la Pascua. El lector, al terminar su lectura del evangelio, advertirá que la Pascua de Jesús asume lo humano desde su dimensión corporal diferencialmente sexuada. Todo, por tanto, queda asumido y todo queda transformado. La Pascua no fija estereotipos, sino que los supera y desborda. Lo humano, así, queda transformado ya dentro de la historia. El lector lo percibe como posibilidad de anticipación pascual.

d) unas relaciones transformadas

El cuerpo es sede de la experiencia pascual, pero en contexto de relación. Esta superación de estereotipos, de roles, indica al lector la vía comunicativa, los contactos, los afectos, las relaciones en definitiva, que expresan dicha transformación. En el c.11 las relaciones con Lázaro eran vividas por sus hermanas desde la ausencia de la muerte. Las quejas de las dos hermanas y el llanto de María, eran signo de la pérdida y la ausencia de contacto con él. La palabra de vida de Jesús que capacita a Lázaro para andar y moverse (11, 44), convierte a este mismo personaje en su compañero de mesa, compartiendo destino con él (12, 10). Ésta es la primera reaparición de Lázaro vivo. La vida resucitada que da Jesús se expresa como comunidad de mesa, es decir, como capacidad de convivencia, de relación y de compartir. Las relaciones comunitarias en el relato están vinculadas a los efectos de la vida devuelta por Jesús, anticipación de su resurrección.

La acción de Marta, sirviendo en el banquete, indica al lector otra forma de relación, efecto del signo de la Vida. Discípula y discípulo es quien experimenta la Pascua de Jesús y la expresa en relaciones de servicio. Jesús completará su profundo sentido relacional en la escena del lavatorio, al proponerlo como un gesto (servicio) que crea comunidad de iguales. La acción de María es, también, relacional. Se relaciona con Jesús y, a través de este contacto expande la relación al resto de la casa. Los elementos corporales insinúan un amplio ámbito erótico que simboliza un lenguaje de amor y, sobre todo, de vida. La vida, en la tradición israelita, quedaba expresada en la generación y, por tanto, en las relaciones sexuales que la hacían posible. Y aunque el afecto del amor no era necesario en las parejas ni para la relación sexual ni para generar, la figura de María, ya presentada por el narrador como amada por Jesús (11,5) en un contexto de amistad y de hermandad (situada entre Marta y Lázaro), queda patente como personaje que se relaciona con Jesús por amor. La misma iniciativa que muestra la mujer, el exceso del perfume y sus efectos, hablan de relaciones de amor, afectivas y efectivas.

La Pascua encuentra estas evocaciones como expresiones adecuadas de la transformación que ella misma opera en las relaciones humanas. Pero es preciso proponer algunos correctivos que incluyen los relatos. La línea general explícita es más de hermandad que de pareja (cf 11,5), la apertura y universalidad no utiliza la vía de la exclusividad típica de la pareja. Pero, a la par, las relaciones de pareja encuentran en la Pascua una propuesta que incluye la hermandad, la amistad y la universalidad.

e) banquete pascual y personajes transformados

El narrador de Jn desde la exposición del relato ha querido fijar los elementos del banquete: la conciencia de anticipación a la pascua, que es por ello conciencia profética; la compañía de quienes saben experiencialmente que Jesús es la Resurrección y la Vida, como es el personaje de Lázaro; la actitud de la discípula cuyo seguimiento y cuya fe se expresan en el servicio que, siendo servicio a Jesús, es también servicio a los demás; la unción con perfume, expresión clara del sentido gratuito de la fiesta y el homenaje. Tenemos los elementos necesarios, pero no de modo convencional. La pascua de Jesús no mira al pasado, sino al futuro. No trae ese pasado al presente, sino que hace del futuro un presente en la tensión propia de la anticipación.

En ella están nuestros tres personajes, Lázaro, Marta y María, expresando sendas perspectivas de la Pascua. De nuevo es preciso volver a ellos.

Lázaro, es la persona transformada por el efecto de la Pascua anticipada en el signo de la Vida que es Jesús. Él es signo universal de los pobres y necesitados, primeros en alcanzar los efectos pascuales. Lázaro no tiene más mérito que el de ser alguien amado por Jesús. El narrador no registra ninguna acción suya. Lo presenta, desde el comienzo y reiteradamente, como un personaje enfermo (11,1.2.3). Personaje paradójico que, cuanto más claramente sea signo de la vida humana frágil y vulnerable, más lo será de la Vida Resucitada que da Jesús. Es un personaje sin palabra propia. Son sus hermanas las que envían recado a Jesús, las que le prestan su palabra, las que luego se quejan por él ante Jesús y las que le lloran en duelo por su muerte. Son las mujeres las que se hacen cargo de este símbolo de humanidad frágil y necesitada, pobre, ante Jesús. El narrador, al presentarlo junto a Jesús en el banquete en su honor, no le concede palabra ni lo aísla de las dos mujeres ni le propone acciones que realizar, itinerario de fe que seguir o confesión que verbalizar. Sigue siendo un pobre que enriquecido con la Vida, don de Jesús, es sólo personaje-testigo suyo.

Lázaro es símbolo de lo humano pobre en cuanto necesitado y frágil, dependiente y sin voz. Él no merece nada. Todo le es dado. Lázaro puede representar a la comunidad (cristiana y simplemente humana) en todas aquellas personas a las que llega gratuitamente la pascua de Jesús. Lázaro, por ser compañero de mesa de Jesús pertenece a la casa, al banquete. Se podría decir que la permanencia de los pobres entre nosotros, de la que habla Jesús, tiene que ver también, o incluso de modo principal, con esa vulnerabilidad y necesidad típicas de la naturaleza humana?

En la casa pascual, donde se celebra a Jesús, Vida y Resurrección, tienen un puesto de honor los que, como Lázaro, sin hacer nada (sin méritos) testimonian el amor de Jesús, la preocupación de los demás (sus hermanas) y los efectos anticipados de una nueva forma de Vida donada por Jesús. Cuando éste responde a Judas sobre los pobres, es preciso incluir entre ellos a Lázaro y a los que él simboliza. Por tanto, forma parte del banquete como representación de lo humano necesitado y pobre. La comunidad pascual lo asume como personaje compañero y amigo de Jesús al que debe su nueva vida cuando todo parecía definitivamente perdido. No sabemos si era el anfitrión. El narrador calla el dato y le coloca junto a Jesús. No aparece como pater familias. Es una forma nueva, pascual, de ser humano y relacional. Nada sabemos de sus relaciones familiares y sociales, exceptuando los lazos de hermandad con las dos mujeres. Una nueva forma, pascual, de ser comunidad y rendir homenaje a Jesús. Es el primer agraciado y nunca mejor dicho. Él es también una forma de exceso y lujo pascual paradójico. Siendo el muerto es el vivo.

Marta, por su parte, muestra en la casa pascual, el aspecto activo y dinámico del banquete. Tampoco ella tiene palabra explícita. Su servicio en el banquete, por tanto, debe ser entendido en relación con lo que Lázaro simboliza (está en medio de dos menciones de Lázaro). Con ello, lo que podría parecer un servicio útil, queda enmarcado en un contexto gratuito y testimonial. El lector deberá percibir, resituado, el itinerario de fe de Marta, comenzado en el capítulo precedente. Ella, que aparecía como una persona autorizada para hablar de cuestiones teológicas con Jesús (confiesa que es el Mesías e Hijo de Dios) ahora muestra una faceta de la fe madurada por el signo de éste. Ya no es, sin más, eco de las necesidades de su hermano, su portavoz,  ante Jesús. Están en el mismo contexto diciendo una palabra diferente, no verbal, sobre los efectos del signo de la Vida. Si Lázaro muestra la vertiente más gratuita en la pasividad, ella muestra la vertiente más dinámica de esa gratuidad. Sirve en ámbito de Vida, a la Vida (Jesús, su hermano, los otros comensales…). Marta desvela para el lector la vertiente pascual, gratuita, paradójicamente in-útil del discipulado diaconal.

María. La acción de servir es uno de los elementos connotativos de la exposición del episodio, por lo que de alguna manera, al igual que la muerte y el banquete, afecta al resto del relato. Por eso debemos interpretar el gesto de María, también, a esa luz. La unción propia de banquetes y homenajes, se hacía sobre la cabeza del huésped u homenajeado. María unge los pies, en vez de la cabeza. Y los pies, que debían ser lavados como servicio al huésped, son ungidos. María realiza un servicio a Jesús, pero no el servicio esperado, sino otro de talante profético y subversivo. Utiliza para ello unos medios y materiales que no se adecúan a las expectativas. El gesto de María ilumina el servicio de Marta. El servicio de Marta no se puede desligar del gesto de María.

Este servicio a Jesús no queda fuera de María, sino que la deja impregnada y se extiende hacia fuera. El servicio y gesto de evangelización pascual pasa por la experiencia personal de la presencia de Jesús, del contacto con él y la impregnación de su pascua. Esta impregnación en el gesto de María relaciona la figura de Lázaro con las otras figuras desde Jesús. Éste, como quedaba dicho, se experimenta como humano, frágil y mortal. La unción se realiza en los pies. Y, al igual que Lázaro pasivo, se deja hacer por María gratuita y pasivamente. Recuperado desde la perspectiva de la pascua, la Vida emana de su propia fragilidad, de su condición humana radical, superada victoriosamente. María realiza, además, el servicio de la predicación, del anuncio, de forma gratuita. De este modo parece completarse el amplio espectro diaconal expresado en los tres personajes. Con ellos el banquete, comida pascual, queda connotado de una manera determinada. Donde la mención de la sepultura de Jesús parecería apuntar a una especie de banquete funerario, encontramos una comida gratuita, viva, marcada por el placer .

f) el nardo puro

Queda todavía otro elemento del banquete, tan importante en sentido simbólico como los otros: el perfume de nardo. En este banquete se dan cita diversos usos y diferentes contextos. El nardo se podía utilizar en las bodas, como símbolo del exceso y de la felicidad. Está al servicio de la vida. En ámbitos más cortesanos era símbolo también del juego erótico y del amor cuando éste acompañaba a la pareja de amantes o a los cónyuges en el matrimonio. En ámbito funerario el perfume (también a veces de nardo) era símbolo del afecto a la persona muerta, símbolo también de pervivencia en la memoria más allá de los signos de pérdida y muerte (olor de corrupción) y, por último, se constituía en una lucha contra el tiempo, a fin de retrasar los efectos de la muerte. Puede entenderse, en este caso, como una cierta negación de la condición mortal del ser humano. Perfume para la vida y perfume en la muerte contra la mortalidad. Placer para la vida y contra la muerte.

Ambos aspectos están presentes en el banquete de Betania, pero resituados por el Jesús pascual. Donde normalmente se encuentra la pareja de amantes, encontramos a un hombre y una mujer que desafían lo humano desde lo humano mismo, en una relación que no es en primer término de naturaleza erótica ni sexual ni institucional. Sin negar lo valioso de estas relaciones, se las deja en el trasfondo para que emerjan la vida y la persona desde otros cauces, por otros conductos. Donde la vida aparecía originada únicamente por la generación, Jesús introduce unos nuevos modos de suscitar la vida que no pasan necesariamente por los precedentes, pero que se alían con lo gratuito y el placer de una manera nueva. Jesús no se casa con María, ella tampoco aparece como mujer casada. Las relaciones establecidas son de hermandad antes que nada y, sin embargo, Lázaro testimonia una vida distinta, don de Jesús de otra manera. Anticipar el futuro no es, sin más, asegurarlo a través de la generación de los hijos. Anticipar el futuro es dar vida, paradójicamente, donando la propia: el que ama su vida la pierde, pero el que odia su vida en este mundo la guarda para la vida eterna (12, 25). El banquete de Betania ya dice de qué forma esa vida eterna penetra en el presente de este cosmos.

Y es aquí donde engarza esta dimensión con la dimensión de fragilidad de lo humano. Encontramos una paradoja, el perfume que servía para, en cierto modo, detener (ineficazmente) los efectos de la muerte, sirve en la unción de Jesús para adelantarlos. Sirve de ánimo para llegar al fondo de lo humano débil. Los efectos son, paradójicamente, sorprendentes. El perfume en ámbito pascual no niega la muerte ni la necesidad ni la pobreza. Los pobres se recuperan en ella, la fragilidad también, permitiéndole convertirse en fortaleza, como indicará toda la pasión. La necesidad se recupera en ámbito pascual como capacidad para el don y el servicio. Jesús, por estar muerto, es pobre, sometido al proceso humano de corrupción. La Pascua es paradójica riqueza.

 placer, y no sólo gozo

Podría hablar de gozo, pero a propósito menciono el placer, tan demonizado por una mal entendida ascética. Hablo de placer porque el gesto de María y la receptividad de Jesús se encuentran en el plano de los sentidos tanto como en el del espíritu.

Voy a resumir  los rasgos experienciales del placer que se derivan de la escena de la unción de Betania.

a) Placer como experiencia de sobreabundancia. María toma la iniciativa del gesto de ungir desde el tener y el sobreabundar, como indica que se trate de un perfume tan caro y genuino; no desde la carencia, la ascesis o la necesidad.

b) Placer como experiencia de encuentro sensorial y sensual. El material que utiliza María, un perfume, y la sensualidad a la que apela, el sentido del olfato; el gesto de bañar los pies, que eran considerados símbolo erótico masculino y el de secar el perfume con los cabellos, los cuales eran percibidos como símbolo erótico femenino, implican unas relaciones placenteras y sensuales.  Los sentidos de la vista, el olfato (perfume intenso), el gusto (la comida) y el tacto (manos, pies y cabellos) forman parte de la experiencia de encuentro de María y de Jesús. La presencia de la corporalidad es muy fuerte. El placer se experimenta, primaria e inmediatamente, en el cuerpo.

c) Placer como experiencia de libertad. María hace lo que quiere hacer y no da explicaciones verbales. Su gesto es libre y provocador. La ausencia de palabras deja el gesto abierto a diferentes interpretaciones. El placer, de este modo, queda relacionado con la evocación, la provocación y la interpretación libre de quienes lo vean o lo perciban. María no lo condiciona ni lo encadena a nada. Jesús, en un primer momento, tampoco. Después lo interpreta verbalmente vinculando el gesto y el efecto a la Pascua anticipada.

d) Placer como experiencia de gratuidad y relación igualitaria. Por todo ello:  por la irrupción sorpresiva de María, por su doble gesto con Jesús de lavar y secar y por toda su estampa, rompe el orden de la ética/necesidad, como indica certeramente Judas. María se coloca a sí misma y coloca toda la escena en un orden diferente, el orden de la gratuidad que suscita reciprocidad igualitaria. El placer aparece, por tanto, estrechamente vinculado al orden no sólo de lo ético y de lo estético, sino de lo gratuito, rompiendo el nivel de las obligaciones y derechos.

e) Placer como experiencia individual y solidaria. El gesto de María es, por una parte, un gesto individual. Ella experimenta el placer como individuo. Jesús, también. Pero, por otro lado, María realiza un gesto público y ante un público. Utiliza un material que puede ser compartido: el perfume, a cuyo placer no es fácil sustraerse, mucho menos cuando es tan intenso. Con ello, el placer queda vinculado a un tipo de generosidad, de compartir, de comunicación solidaria y de relación que, sin embargo, no impone su significado. La primera que disfruta de aquello que hace con Jesús es la misma María, cuyos cabellos quedan empapados del perfume ¡de los pies de Jesús!, de forma que ese perfume no es el perfume del frasco, sino el perfume del nardo y de la piel de los pies de Jesús. Está personalizado, lo recibe de la persona a la que ama. Y el perfume no queda reducido y aprisionado, sino que se expande a toda la casa; no sólo al comedor, sino a la casa entera. Y todo el mundo puede disfrutar de él. Todos menos Judas, que se resiste a tal placer y quiere estorbárselo a los demás.

f) Placer como experiencia paradójica de vida y de muerte. El gesto de María, según dice la palabra de Jesús, está relacionado con la paradoja de vida y de muerte. Es el adelanto del homenaje que se le hace a un cadáver y que estaba considerado como una expresión de afecto y reconocimiento al muerto. Jesús no quiere esperar a estar muerto para recibir este homenaje. Interpreta que vive ese momento por adelantado. La paradoja está en que anticipando este gesto de muertos a su condición de vivo, da más fuerza a la vida que precede a la muerte y está sobre ella. De alguna manera la resurrección queda ya vinculada al placer. Dicho de otro modo, el placer puede convertirse en una anticipación de la resurrección, un signo de la misma. Pero, a la par, queda relacionado con el símbolo y la materialidad del perfume, que es efímero y es, o puede ser, intenso. Produce una experiencia que no es fácil de racionalizar y, a veces, ni siquiera de explicar o de narrar. Lo efímero evoca la limitación, la finitud, la muerte. La intensidad desea prolongarse eternamente, pero es breve por  definición. La intensidad puede ser signo condensado de la Pascua. El placer, además, nace del seno mismo de lo humano, de su condición frágil y vulnerable; altera esa fragilidad, la lleva hasta dimensiones nuevas. El placer implica un momento de fuerte abandono físico y psicológico que sólo quienes se saben débiles y vulnerables, quienes no niegan sus posibilidades de ser afectados y tranformados, puede experimentar.

g) Placer como experiencia de rescate. María , con su gesto, rescata a Jesús del olvido (el texto de Mc lo evoca expresamente) y redime (rescata) con el amor que le expresa el sentido de su vida. Lo saca del plano de la necesidad y la carencia y libera, en este momento difícil, la fuerza gratuita del don, del amor  y de la vida. Libera y rescata la profunda riqueza que es el hecho de vivir en el riesgo, la exposición, la vulnerabilidad. Y, en este rescate o redención, no sólo no niega la muerte, sino que le anima a ir a ella, a llegar hasta el final.

Sobreabundancia y gratuidad, sensualidad y corporalidad, provocación y evocación, libertad e interpretación, solidaridad y generosidad, reciprocidad igualitaria y comunicación;  amor y vitalidad, fuerza y vulnerabilidad; pobreza y riqueza…. son, a mi modo de ver, las notas sobre el placer que se desprenden de la historia de la unción de Betania. Todo ello, es indudable, debió suponer una forma de conocimiento diferente, más amplia en su conciencia y de consecuencias imprevisibles para la libertad. Tal relato debió ser verdaderamente importante, tanto como para explicar su presencia  en los cuatro evangelios. Y, del mismo modo, debió ser lo suficientemente peligroso como para, sin perderlo, no haberlo recuperado en ninguno de sus planos (ni litúrgico ni teológico ni moral ni dogmático) y, mucho menos, permitir que pudieran sacarse de él todas sus consecuencias.

Pues bien, este placer anticipado, junto con el marco del banquete y de la fiesta, la presencia-testimonio de Lázaro y la actitud de servir de Marta, forman la mejor anticipación de la felicidad compartida que supone la Pascua. Y Jesús disfruta de ella por adelantado, de forma que eso le ayuda a asumir la muerte y le ayuda a que ésta sea todavía más libre y voluntaria.

Ética y obligación se incluyen en el orden de la gratuidad que inaugura la Pascua. Los pobres se encuentran allí donde un ser humano pueda vivir un determinado placer de la vida y de las relaciones, porque la posibilidad del placer y del gozo son posibilidades universales. Y allí donde se disfrute habrá un signo de anticipación pascual.

Posibles objeciones

Pueden objetárseme algunas cosas. Por ejemplo, y volviendo al comienzo, los peligros del hedonismo. Ciertamente, el exceso y continuidad del placer, su absolutización, puede conducir al aburrimiento y atontamiento; puede sacar a la persona de la realidad y alienarla; puede sumirla en la pasividad y redundar en la falta de voluntad; puede dificultar  la toma de decisiones y afectar negativamente al principio de realidad detentado por el yo. En este extremo, en verdad, se llega a la muerte. Pero no es menos peligroso el extremo opuesto: el exceso y continuidad del sufrimiento y la ascesis, tomados como principio rector de la persona. De tal exceso tenemos suficientes ejemplos, más, tal vez, que del otro extremo. Los dos son peligrosos porque deshumanizan y aíslan de los demás.

En la escena de Betania se encuentran la muerte y la vida. En un contexto de complot contra Jesús se recorta el amor de una mujer que anima, hace disfrutar y colorea placenteramente un ambiente festivo. Por amor se sufre, es verdad, pero también es cierto que por amor se goza, se disfruta y se comparte el placer. Son las dos caras de la pascua. Pero me ronda, todavía, una pregunta ¿ es preciso entender el placer en cristiano, el placer de la Pascua anticipada, intrahistórica, como meramente funcional? ¿no estaremos desvirtuando, precisamente, su cambio de nivel, el que va de la obligación y el derecho a la pura gratuidad? ¿a qué se debe que hayamos polarizado la gratuidad a la entrega que conlleva sufrimiento? ¿no tenemos experiencia de entrega en el placer? ¿por qué nos empeñamos tanto en hacer del placer algo egoísta por antonomasia? Nuestro miedo al egoísmo al que puede conducir el placer ¿no encubrirá el miedo a la libertad que el placer proporciona?

Adelantar la Pascua en sus signos

Quiero terminar donde empecé: uniendo placer y felicidad. El discurso programático de Jesús en Mateo (comienzo)  y la parábola del juicio final (término) hablaban de la felicidad en su dimensión universal invitando a un compromiso solidario con las necesidades  y su  incontestable derecho a la satisfacción. Jesús se identificaba con los hermanos más pequeños. Él mismo se hacía un feliz (bienaventurado) al ser pobre, desvalido, sediento, preso, desnudo… al final de su trayectoria de vida. Pero, antes del final, cuando ya es un pobre a punto de ser ejecutado injustamente, una mujer le proporciona el placer gratuito de un olor, un tacto, una percepción, que le recuerda la vida en plenitud anticipándole el homenaje del amor a su vida terminada. Una mujer le proporciona un breve tiempo de felicidad intensa. Y él recibe agradecido este don ofreciéndole a su vez su palabra, el memorial para siempre (Mc 14,9) y el mismo perfume de sus pies (Jn 12, 8). Recibe placer y lo devuelve con su reciprocidad. Le dan felicidad y la comparte gratuitamente. Porque ya era pascua. Como lo es ahora, cada vez que alguien o algo nos proporciona felicidad, cada vez que la ofrecemos o la compartimos. Cuando disfrutamos del placer y lo donamos y lo extendemos más y más para que, como el pan, pueda alcanzar a  todas  y a todos alimente y alegre la vida. Cuando somos capaces de abandonarnos sin resistencias, es decir, cuando no protegemos defensivamente nuestra piel, nuestros sentidos, nuestras riquezas, nuestra vulnerabilidad, de la posibilidad de que el placer llegue y nos altere, nos sitúe en otra dimensión y llegue a cambiar, incluso, el sentido de nuestra vida convirtiéndola en signo anticipado de la Pascua. No es cristiano, creo yo, desplazar la felicidad al otro mundo, sino adelantarla ya aquí como signo de Pascua. Esto tiene una enorme importancia, porque si no ofrecemos signos compartidos de la anticipación de la Pascua, no la hacemos creíble, traicionamos el núcleo del evangelio y ofrecemos a los demás un terrible fraude.

 Mercedes Navarro Puerto

Pascua de resurrección 1998