CRÍTICA AL CAPITALISMO DESDE LA ÉTICA Y EL EVANGELIO Evaristo Villar
III Encuentro Latinoamericano “Fe y Política 25 aniversario de la resurrección de Monseñor Proaño
Quito (Ecuador) 28-31 de agosto de 2013
Presentación
Sin noticia de las buenas noticias: Hora 25, un programa de radio de máxima audiencia sobre la realidad de cada día. El conductor de programa pregunta al final del debate a los tertulianos: ¿Y cuál sería la buena noticia de hoy? Silencio intenso. Después de unos instantes, el conductor dice: Está claro… ¡y se cerró el programa!
“Para mantener el sentido común es preciso ser radical: Mantener los ojos abiertos; el “capitalismo del desastre” (Naomi Clein) avanza a ritmo acelerado hacia el abismo. Ya no es cuestión de elegir entre la reforma del sistema y la revolución. La verdadera revolución la está haciendo ya el sistema que avanza hacia el futuro dispuesto a sacrificar la humanidad y destruir la tierra. Lo decía con claridad el 15 M “no somos antisistema, el sistema es antinosotros”. Reivindicar hoy, no “la imaginación al poder” o lo “imposible” como en Mayo 68, sino algo tan de sentido común como la vivienda, la salud, el trabajo, la pensión, es revolucionario. Por eso, para “conservar el sentido común es preciso ser hoy día revolucionario” (Carlos Fernández Liria en Éxodo 119[1]). ¿De qué vamos a hablar, pues? Del capitalismo en unos breves rasgos, antes de entrar en el juicio que se merece desde la ética y el Evangelio.
1. EL CAPITALISMO ES MÁS QUE UN SISTEMA ECONÓMICO
El capitalismo es más que un programa económico; afecta a la transformación global de la sociedad: a su forma de articulación interna como la democracia o Estado; a las fuentes de producción; a los contenidos sociales como la educación y la sanidad; a las cosmovisiones y posicionamientos filosóficos y religiosos, etc.
Pero, sobre todo, afecta a la económica que, desde la Gran Transformación[2] –de la que habla el historiador de la economía Karl Polanyi– se ha separado de la sociedad y funciona según sus propias leyes, sometiéndolo todo a su dominio y convirtiendo en mercancía hasta la misma sociedad.
El capitalismo funciona como “un sistema imperial”[3], totalitario y cosmopolita que, a través de la “colonización de las subjetividades”, acaba homogeneizándolo todo en servicio de una élite. La colonización, como ya alertaba Paulo Freire en la Pedagogía del oprimido, despierta en éste, a través de la fascinación y la atracción, el deseo de ser como el colonizador.
1. 1 Los dos pilares básicos de su éxito y su fracaso
Dos son las fascinaciones o factores que han catapultado al sistema a la conquista del universo:
– De una parte, su capacidad productiva, generadora de nuevas productos que, debido a la racionalización y despliegue espectacular de la actual tecnología de las herramientas, ha gozado de un desarrollo exponencial. Pero esta capacidad productiva, dejada a su propio albur, le ha llevado a sus propios límites, iniciando su propia autodestrucción. Actuando sobre la naturaleza y su equilibrio ecológico bajo el imperativo del crecimiento (el capitalismo no puede dejar de crecer) y el desarrollo ha superado la capacidad de autorregeneración y reposición de recursos necesarios para el mantenimiento de la biodiversidad y de la misma vida humana sobre el planeta[4]. Se trata de una producción descontrolada que tiene muy poco que ver con ese empeño por “transformar constantemente la realidad” que, según Marx, corresponde a la esencia del ser humano y a la realización de sus facultades.[5]
– De otra parte “la acumulación o concentración” no solo de los productos que genera, sino también de la propiedad privada de las fuentes de producción. La acumulación, activada por la competencia y la usura, despierta un consumo irrefrenable que causa una enorme fractura, dividiendo a la sociedad entre los pocos que tienen mucho y los muchos que se mueren de hambre. La acumulación se rige, según Hinkelammer[6], por la ley perversa del “calculo de utilidad propia” que, “convierte en inútil todo lo que es indispensable” como la convivencia, la paz, el cuidado de la tierra, etc. Desconoce esa antropología básica de la interdependencia que, según el filósofo Santiago Alba, llega hasta el mismo gesto de amarnos a nosotros mismos”.
1.2 Los resultados, vistos desde la propia casa
El capital se ha convertido en una gran estafa; esconde sus verdaderas intenciones bajo la gran cuartada de la crisis, palabra con la que políticamente intenta justificarlo todo. Mirado desde España-Occidente esta es una imagen aproximada:
- Una “macroeconomía selectiva y sectaria” puesta al servicio exclusivo del fetichismo del dinero y de las entidades económico- financieras[7]; que consagra el derecho absoluto de la propiedad privada sobre el destino colectivo de los bienes; que impone la autonomía del mercado sobre la capacidad reguladora del Estado social; que agranda las diferencias en la ciudadanía privatizando los beneficios y socializando las pérdidas; y que está arrastrando a una muy reducida minoría por los caminos de la usura y la corrupción mientras empobrece y priva a las grandes mayorías de los medios más elementales para vida.
- Una “democracia de muy baja intensidad” que, bajo la implacable dictadura del capital, nos va achicando cada día el pequeño estado de bienestar y recortando poco o poco los derechos políticos, sociales, económicos y ecológicos: privatizando los bienes colectivos como la salud, la educación y el agua; desinformando a la ciudadanía con un discurso ideologizado desde el monopolio de los grandes medios de comunicación; ninguneando a los movimientos ciudadanos y sociales desde la imposición de unos partidos desacreditados y un Parlamento ineficaz y alejado de la ciudadanía.
- Una “sociedad selectiva”, centralista, que margina y excluye cuanto se resiste a su integración o asimilación y que crea periferias malditas por prejuicios racistas, xenófobos y hasta homófobos. La fractura social que esto provoca entre centro y periferia obliga a aquel a levantar muros inhumanos de protección que cumplen la doble función de expulsar de dentro todo lo que inquieta y sobra (los jóvenes y sin trabajo) y de rechazo de las incontenibles avalanchas migratorias que pretenden entrar desde fuera. La sociedad rica se está encastillando, amurallando, convirtiendo en fortín.
- Un “individualismo desarraigado, camino del suicidio y el ecocidio” que apoya su soledad en un discurso premoderno ante la religión y el Misterio sin lograr articular coherentemente una antropología crítica y racional; que utiliza el factor religioso no para la emancipación y liberación sino para justificar sus políticas y sus miedos. Por otra parte, ha desvinculado de tal modo al ser humano del cosmos que ha llegado a una fractura de tales dimensiones que está causando no solo el ecocidio del Planeta, sino el mismo suicidio de la humanidad.
2. EL CAPITALISMO ES UN SISTEMA “NO ÉTICO”
2.1 Porque todo lo reduce a lo meramente cuantificable
Lo captó perfectamente a principios del pasado siglo Max Weber en su Economía y sociedad. El capital es para Weber esencialmente “no ético”. Pues, debido a su única preocupación por lo “cuantificable”, no solo ignora toda referencia personal sino que, por centrar toda su actividad en lo contable y en el valor de cambio, desconoce la diferencia entre lo justo y lo injusto, entre el bien y el mal. Todo lo convierte en mercancía y en dinero, que acaba disolviendo los valores cualitativos y éticos. Entre el capital y la ética, dirá Löwy[8], existe aquella antipatía o falta de afinidad entre sustancias de que hablaban los antiguos alquimistas.
2.2 Porque convierte los vicios privados en virtudes públicas
La relación entre la economía capitalista y la ética, que a nosotros nos preocupa, tiene largas raíces. Una de las más brillantes presentaciones es la que hizo ya en el s. XVIII el médico holandés Bernard Mandeville en su Fábula de la abejas. Curiosamente el libro lleva por subtítulo Vicios privados, virtudes (prosperidad) públicas[9].
La fábula es ciertamente mordaz, pero imaginativa: La colmena vivía con gran lujo y comodidad; era un verdadero paraíso económico. Pero, en todos los panales había algún zángano que, sin hacer nada, vivía regaladamente y cometía toda suerte de fraudes y tropelías. Eran unos verdaderos parásitos. Esto estaba creando mucha inquietud en la colmena. Un malestar que acabó cuajando en un grito colectivo que resonó en toda la falda de la montaña: “fuera los corruptos y parásitos”, “mueran los bribones”. El clamor llegó a los oídos de Júpiter que decidió intervenir con mano dura… Pero, con la limpieza, sobrevino una gran ruina, pues, al no haber excesos, sobraban los oficios: como no había enfermedades, sobraban los médicos; al acabarse las denuncias y los juicios, sobraban los abogados y los jueces; al no haber necesidad de penitencias por los pecados, sobraban los sacerdotes. Nada se movía en la colmena: no había ni comercio, ni vida. Entonces está claro, concluye Mandeville: “En el momento en que cese el mal, la sociedad se echará a perder, se disolverá”. Porque, como muestra la experiencia, los vicios privados, bien administrados, son fuente de beneficios públicos.
Mandeville, ingenioso y mordaz, es también un ideólogo que reacciona contra la moral puritana de su tiempo. Una moral que consideraba “acción virtuosa” la que busca el bien público y tilda de vicio el egoísmo y la prosecución del bien propio. Mandeville duda que la virtud o la ética esté más en la acción altruista que en el bien propio. Es más, parece convencido de que el altruismo no es más beneficioso para la sociedad que el egoísmo. Apoyado en la experiencia, concluye: “solo cuando los individuos, buscando su propio interés y placer y viviendo lujosamente, crean nuevos inventos y hacen circular el dinero, la sociedad progresa y florece. Si los individuos no persiguieran el confort, no sería necesaria la acumulación. Y la experiencia demuestra que el acumular para luego gastar más favorece a los ricos pero también a los pobres más que la caridad, pues esta los mantiene ociosos, mientras que la demanda de lujo les hace desarrollar nuevas industrias…”
2. 3 El egoísmo, fortín y fuente de bienestar social
La importancia del egoísmo con relación a la sociedad ya había sido destacada antes por autores como Maquiavelo en el s. XVI y sobre todo por Thomas Hobbes en el s. XVIII. Pero en estos autores, que no tienen una buena opinión del ser humano, principalmente en Hobbes[10], el egoísmo aparece como una forma de autodefensa y conservación en un contexto donde “el hombre es lobo para el hombre” y donde solo se mueve por miedo a la muerte y la esperanza de un beneficio personal. En este contexto, para defender la propia seguridad el ser humano llega a hacer un pacto social con los demás en el que, hipotecando la propia libertad, consigue la seguridad de la propia vida que, sin la sociedad, sería, a juicio de Hobbes, “pobre, solitaria, desagradable, brutal y breve”. El pacto social, que vigila el Leviatán (el Estado) es un fortín contra las agresiones y garantía de la propia seguridad.
Esto en Hobbes, pero en Mandeville el egoísmo tiene, más bien, una dimensión predominantemente económica; es la fuente o el gran principio de creación de riqueza y sostén de los oficios y profesiones, de las ciencias y de las artes.
La Fabula de las abejas llegó a influenciar en pensadores como Rousseau, Montesquieu e incluso en Marx y para muchos es considerada como precursor científico del laissez-faire de Adam Smith que, en La riqueza de las naciones, llega a afirmar que no puede ser vicio el egoísmo si de él se derivan ventajas para la sociedad. Con lo que llegamos a que el egoísmo es el motor de la economía y fuente de bienestar social. Y este principio lo defiende una persona que, como Adam Smith, además de economista, fue durante parte de su vida profesor de filosofía moral.
Lo que pasa es que, como está demostrando la crisis actual, los beneficios sociales que anuncian los defensores del liberalismo clásico o del neoliberalismo actual, nunca acaban de llegar. La experiencia nos está demostrando que los beneficios siempre son privados y las pérdidas se transfieren a la sociedad. Esto quiere decir que el egoísmo en economía casi nunca repercute en beneficio de la colectividad. Y, aunque esto se diera, siempre nos quedaría planteado el problema ético de la relación entre medios y fines. A la vista del egoísmo capitalista que excluye a la mayoría de la humanidad y pone el planeta al borde del ecocidio, es legítimo preguntarse si se puede seguir justificando éticamente un sistema como el capitalista aunque, según parece que creía Marx, fuera necesario para la llegada del socialismo ¿Se puede seguir haciendo el mal en el presente con la esperanza de obtener algún bien en el futuro? O dicho de otro modo, para que exista justicia en el futuro ¿debemos mantener la injusticia en el presente?
2. 4. El evangelio de la avaricia es una “inmensa locura”
En un largo estudio sobre el “Evangelio de la avaricia”: Pierce y la dirección de empresas”[11], Joan Fontrodona, profesor de ética empresarial en la Universidad de Navarra, pone un contrapunto muy acertado en la relación entre ética y economía. Refiriéndose con cierto humor a sus compaisanos del s. XIX, Pierce –filósofo y científico estadounidense, considerado el fundador del pragmatismo y el padre de la semiótica moderna– afirma que para las cuestiones de vital importancia (Vitally importante topics) más importante que la lógica y la filosofía es el “sentido común” y la experiencia acumulada por el paso de los años. Y en este espinoso tema, el sentido común nos dice que es una “inmensa locura” excluir la ética de la economía, pues es la ética, como ciencia normativa, la que proporciona a la economía, como ciencia práctica, los principios de actuación. Por eso, frente al Evangelio de la Avaricia, cuyo paradigma inicial hemos querido ver en Mandeville, Pierce propone el “Evangelio de Juan”, donde: “todo el mundo puede apreciar, dice, que las palabras de Juan son la fórmula de una filosofía evolutiva, que enseña que el crecimiento viene solo del amor, que no quiere decir auto-sacrificio, sino ardiente impulso de colmar los más altos impulsos de los demás”.
3. EL CAPITALISMO ES INCOMPATIBLE CON EL EVANGELIO
El juicio al capitalismo desde el Evangelio no puede hacerse desde un proyecto político concreto, que no existe, sino desde los valores que se desprenden de la vida y mensaje de Jesús. Aunque el suyo no fue un programa directamente político o económico sino mayormente humanista y religioso, la verdad es que resulta imposible una práctica religioso-humanista sin implicaciones sociales, económicas y políticas. Desde ahí se puede enjuiciar legítimamente un sistema que, como el neoliberalismo actual y su evangelio de la usura, está agotando las fuentes de producción del planeta y victimando a la mayoría de la humanidad.
3.1 El capitalismo ignora parte de la realidad
Por reducir al ser humano a una relación meramente cuantitativa y mercantil con los demás y con la tierra, el capitalismo ignora esa otra vinculación profunda que tiene horizontalmente el ser humano con el cosmos –ese Sumak Kawsay o Buen vivir-Buen convivir que Atahualpa Yupanqui señalaba poéticamente como esa parte de la tierra que anda y piensa, que siente y ama– y verticalmente con el Misterio que anida como fuente inagotable de energía en el fondo de toda realidad. Lo que Pablo de Tarso confesó en el Areópago, ante los sabios de Atenas, diciendo que en “él (ella) vivimos, nos movemos y somos” (Hch 17, 27-28).
Muchos piensan que, de la pérdida de esta vinculación radical con el cosmos y con el Misterio fontal, es, en gran medida, responsable la Biblia judía por la distorsionada imagen que proyecta del ser humano en el cosmos.
Uno de los pensadores que más tempranamente denunciaron el origen religioso del deterioro ecológico fue el estadounidense Lynn Townsend White Jr. Este profesor de historia medieval llegó a descubrir en el dinamismo cristiano de la Edad Media los “fundamentos psicológicos” que llevaron posteriormente a la Revolución Industrial a unir ciencia y tecnología en la magna y religiosa empresa de explotación de la tierra. La teología judeocristiana, legitimadora de tal expolio, la recapitula White[12] en dos imágenes sacadas de la tradición sacerdotal de la Biblia: la condición de “imagen de Dios” que separa al ser humano del resto de la creación, (Gn 1,26); y su “dominio absoluto” (“creced, multiplicaos, dominad”) sobre la tierra, que interpreta como mandato divino (Gn 1, 28).
Si esto fuera cierto, necesitamos recuperar la frescura de la mirada de Jesús sobre la naturaleza para volverla a su verdadera identidad. La unión de Jesús con Dios, arraigada en su experiencia de Dios como Abba, se manifestó, según los sinópticos, en su identificación con los seres humanos y en su unión con la naturaleza. El Abba era un Dios creador, solícito con todos los seres, con los lirios del campo, con las aves de cielo, con los seres humanos y la maravillosa diversidad de vida sobre la tierra. Todos los seres y todas las vidas eran obra de la acción creadora y providente del Abba. Hasta el mismo Jesús debió entenderse a sí mismo como fruto de esa acción amorosa que todo lo creaba y mantenía en la existencia. En una edad precientífica como la suya, este mantenimiento en el ser debió ser experimentado por Jesús como una acción poética y providente, en vigilante cuidado para vestir de colores las flores del campo, para dar de comer a las aves del cielo y aún para hacer salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5 y 6). Todo el cosmos se mantenía vivo y en constante evolución por la creatividad permanente del Abba. Visto desde la mirada de Jesús, ¿No recobra todo el universo aquella ternura de los primeros capítulos del Génesis, cuando las cosas que iban apareciendo sucesivamente eran todas buenas a los ojos de Dios? La lógica absurda del capitalismo, como señaló José Arregui en la XVI Semana Andaluza de Teología[13], es incompatible con el Evangelio.
3.2 El capitalismo desaparecerá como “flor de yerba”
Podíamos acudir a todo el NT, desde la identidad misma de Jesús hasta su menaje del Reino de Dios, para confirmar este juicio. Pero, dado que esto está en la mente de todos y todas, quiero centrarme exclusivamente en un documento frecuentemente desconocido, la carta de Santiago, porque es posible que en ningún otro lugar el NT haya rayado a mayor altura un juicio más contundente y radical sobre el capitalismo.
Se trata de un escritor que maneja muy bien el género de la profecía, haciendo de su escrito una fortísima denuncia y un bonito anuncio del Evangelio, una condena sin paliativos, pero acompañada de la oferta de misericordia y salvación.
El autor es realista porque aborda directamente el problema socio-religioso que está afectando gravemente a las comunidades judeocristianas, y es utópico al ofrecer soluciones que rebasan las posibilidades de tiempo y lugar.
Es un documento más de moral práctica que de teología, más de ortopraxis que de ortodoxia. Entronca perfectamente con la más sólida tradición profético-sapiencial del AT y con el programa de la vida de Jesús reflejado en las bienaventuranzas y en el magníficat de María de Nazaret.
Tres coordenadas recorren transversalmente el texto cargadas de denuncia y promesa, desde las que el neoliberalismo actual se queda absolutamente descalificado:
1ª La coordenada temporal: sentido evangélico del tiempo
El tiempo en esta carta porta un sentido que no está en su mera sucesión cronológica sino en la capacidad de promesa que encierra y en la superación de los límites de caducidad que lo acechan. Su valor no está tanto en la cantidad cuanto en la cualidad, no en la presencia del pasado cuanto en la anticipación del futuro o lugar de la promesa.
En el momento presente se están enfrentando dos proyectos alternativos, el del sistema (poder, prestigio, acumulación o tener) que “es podredumbre, polilla y herrumbre” (5, 1-3) y el proyecto evangélico, impregnado del Espíritu de Jesús que visibiliza en misericordia y caridad. Este proyecto evangélico, en virtud de la capacidad de promesa que encierra, supera el límite de la caducidad, mientras que el proyecto del sistema se desvanecerá “como flor de yerba” (1, 10).
2ª La coordenada existencial: fe más obras
Define el autor la identidad cristiana como la puesta en práctica de la misericordia y caridad que movieron la vida de Jesús, lo que es diametralmente opuesto al principio capitalista del “calculo de utilidad propia”. Y este modo de práctica lo contrapone a la ortodoxia o adhesión intelectual a un credo que no se deja afectar por el tiempo ni por la historia. La ortopraxis está obligada a discernir en cada instante entre lo urgente y necesario y elegir la mediación adecuada para actuar correctamente.
El autor reacciona decididamente contra la pasividad y el escapismo que está produciendo entre las comunidades judeocristianas de su tiempo la espera inminente de la parusía. El refugio en este credo se desentiende de la pobreza que estaba llegando hasta el extremo de carecer de los recursos más elementales como el alimento, el vestido o la vivienda; las relaciones sociolaborales aparecen envueltas en una atmósfera de explotación e injusticia y muchos hermanos son perseguidos por el hecho de reivindicar justicia y dignidad.
Santiago se muestra muy duro ante este fenómeno del escapismo. Esa fe que no va acompañada de obras de misericordia y caridad es inútil y estéril y se convertirá para ellos en acusador ante el tribunal de Dios. De nada sirve: “También los demonios creen y tiemblan” (2, 19). La verdadera religión, en cambio, se expresa en las obras, en la ley regia: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (2, 8). Este modo de practicar la fe, como Abraham y Rahab, justifica y salva al creyente (2, 14-15).
No es necesario reflexionar mucho para caer en la cuenta de la trampa que la ortodoxia capitalista nos está tendiendo. A través del discurso único (control de los medios de expresión) nos está anunciando su ortodoxia: creed en el mercado, en su mano providente; porque la concentración del capital en pocas manos y la propiedad privada de todos los medios de producción, será al final un beneficio para todos; estamos en la buena dirección, apretaos el cinturón la clase media y baja, los que no tenéis nada, aceptad de buen grado los recortes y la supresión del estado de bienestar; transformad no en justicia sino en caridad la ley regia del amor… Porque, al final, si aún seguís viviendo, llegará la parusía, es decir, la bonanza general. Pero ya hemos caído en la cuenta: la perversidad de este discurso capitalista está no solo en pretender hacernos creer, contra toda experiencia, en su ortodoxia, sino en las consecuencias de un sistema que está destruyendo el planeta y matando a la humanidad.
3ª Coordenada social: contra la división de clases
El autor aborda ahora con decisión y evidente realismo el marco de las relaciones socioeconómicas y laborales que están afectando al interior de las comunidades y que, probablemente, es el objetivo principal de su carta. Entre vosotros, dice, hay hermanos «de condición humilde» y también «ricos» (1, 9-10).
La comunidad cristiana arranca de este principio básico: en ella todos los creyentes en Jesús han sido constituidos en idéntica dignidad, sea cual fuere el servicio que cada uno realiza. Se trata, pues, de algo semejante a una familia o sociedad de iguales presididos por el hermano mayor, Cristo. Esto quiere decir que la esfera de sus relaciones personales debe estar transida por la «ley regia» del amor, principalmente orientado hacia los más pequeños, hacia los que sufren, hacia los pobres (1, 27).
Pero, por lo que puede apreciarse en la carta, se hace «acepción de personas» debido al rango social o dignidad que rige en el mundo, cuya consecuencia es «el menosprecio a los pobres» (2, 1-6).
Ante esta quiebra del estatuto de igualdad, Santiago declara con vigor quién es quién desde el punto de vista de Dios y cuál ha de ser la recta praxis de los seguidores de Jesús:
—• Los pobres, según el mundo, han sido «escogidos» por Dios para hacerlos ricos en la fe, para hacerlos «herederos» del reino que prometió a los que le aman. Los pobres, desde su humillación social, han sido «exaltados» a la dignidad de la fraternidad cristiana (2, 5; 1, 9). Consiguientemente, su presencia en la comunidad no sólo no puede ser discriminada, sino, más bien deben ser sujetos de acogida y preferente atención en la comunidad (2, 1-4; 1, 27).
—• Los ricos, en cambio, se pregunta, «¿no son los que os oprimen y os arrastran a los tribunales?» (2, 7). Para Santiago, como para toda la tradición profético-sapiencial y evangélica, el rico es enemigo del justo pobre, lo explota, lo martiriza. El rico es, por esto mismo, enemigo de la comunidad cristiana.
Y refiriéndose a casos concretos, el autor desenmascara la seguridad y la jactancia del comerciante, quien, desde la aparente seguridad que le proporcionan sus negocios lucrativos, se considera dueño y señor del futuro y de la vida, cosa que sólo a Dios corresponde (4, 13-17).
Denuncia y condena, por otra parte, el tren de vida del rico: vive regaladamente, entregado a los placeres y «hartando el corazón en el día de la matanza» (5, 5). Sus injusticias son manifiestas. En el campo socio-laboral, el rico explota al obrero robándole su salario (5, 4). Lo cual ya había denunciado el Deuteronomio: «No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un forastero que resida dentro de tus puertas. Le darás cada día su salario, sin dejar que el sol se ponga sobre esta deuda; porque es pobre y para vivir necesita de su salario» (Dt. 24, 14-15).
Y, en el ámbito de la justicia, el rico soborna a los jueces para que condenen y hagan morir al justo (2, 6; 5, 6). Contra esta forma solapada de asesinato, ya había levantado su voz el autor del libro de la Sabiduría: «Oprimamos al justo pobre, no perdonemos su vida, no perdonemos las canas llenas de años del anciano. Sea nuestra fuerza norma de la justicia, que la debilidad, como se ve, de nada sirve…; condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará» (2, 10-20).
El juicio que pronuncia Santiago contra este modo de proceder es implacable: el rico será humillado, «se marchitará en sus caminos como flor de hierba» (1, 10-11); las «riquezas devorarán vuestras carnes como fuego» (5, 3).
Se sitúa este documento en la tradición profético-sapiencial del evangelio de Mateo, la del ´habéis oído que se dijo… pero yo os digo, del “magníficat de María y tantos otros…
[1] Cfr. Carlos Fernández Liria, Comunismo para la ciudadanía, Éxodo 119 (jun.2013), 31 y ss. Sin utilizar directamente la palabra revolución, muchos otros sociólogos y economistas, de reconocido prestigio internacional, como François Houtart o Win Dierckxsens apuestan directamente por una alternativa al sistema capitalista. Cfr. François Houtart, Hoja de Ruta para una economía liberadora. Declaración universal ante la Asamblea General de la ONU, en Éxodo 100, octubre 2009; Win Dierckxsens, Fin del neoliberalismo. Surge una nueva utopía, http://servicioskoinonia. Org/relat/313,htm.
[2] Citado por Michael Löwy en Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, Biblioteca Nueva, Madrid 2012, pág. 95.
[3] Cfr. Jung Mo Sung, Crítica global y teológica a la economía mundial actual, en Latinoamericana 2013, pa.gs 40-41.
[4] Cfr. Yayo Herrero, Con los ojos abiertos. Una mirada para cambiar de disco, en Éxodo 113 abril 2012, págs.. 3-14; Ramón Fernández Durán, La quiebra del capitalismo global: 2000-2030. Preparándonos para el colapso de la civilización, eds. Virus y Baladre, 2011.
[5] Cfr. Terry Eagleton, Por qué Marx tenía Razón, Barcelona, Península, 2011, págs. 125-126.
[6] Cfr. Franz Hinkelammert, Lo indispensable es inútil. Hacia una espiritualidad de la liberación, San José, Editorial Arlekín, 2012.
[7] Pablo Iglesias/Jorge Morund, ¿España va mejor? Váyanse a la mierda, en www.publico.es/458542/espana-va-mejor (2013/07/09).
[8] Cfr. M. Löewy, ibídem, pag. 96
[9] Cfr. Joaquín Estefanía, La fábula de las abejas, en El País 6 Abril 1997, edición Impresa.
[10] Cfr. Nigel Warburton, Una pequeña historia de la filosofía, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, pág. 63 y ss.
[11] Cfr. Joan Fontrodona, El Evangelio de la avaricia-Universidad de Navarra,
www.unav.es/gep/AF/Fontrodona.html
[12] Cfr. Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica (1966), en Revista Ambiente y Desarrollo 23 (1):78-86, Santiago de Chile 2007. Con el título The Historical Roots of Our Ecological Crisis, fue originalmente publicado en Science 155:1203-1207 (1967).
[13] Cfr. http://seante.org.es/XVI/ponencias; o www.exodo.org/LOGICA-DEL-CAPITALISMO.