Como motivación a la reflexión sobre el Evangelio que se hace en las asambleas de Pascua, esta es la «carta de Marcos» que se envió a la comunidad dias antes de la Asamblea.

Carta de Marcos, evangelista, a la Comunidad de Santo Tomás de Aquino

(En vísperas de la  asamblea de Pascua el 15 de abril de 2023)

Queridas/os colegas en el “camino de Jesús”.

Yo, Marcos, de origen sirio-palestino, países hoy devastados por los terremotos de la naturaleza y el brutal avasallamiento del imperio y sus lacayos, os escribo esta carta como compañeros en el camino de Jesús. Sé que siempre habéis sido muy inquietos/as. Y que ahora, después de más de cincuenta años de caminar juntas/os, andáis preocupados por si habéis sido lo suficientemente humanos con los demás o si, con el peso de los años, disponéis de suficiente energía para seguir intentándolo…

Aunque me consta que no hacéis las cosas mirando solo al beneficio personal o al premio que ellas se merecen, sino por la radical solidaridad que recrean entre vuestros semejantes, a algunos de vosotros/as le empieza a preocupar, más que antes, el enigma de la vida en el futuro, de la permanencia de la vida después de la vida.

En nuestras comunidades siro-palestinas también tuvimos al principio muchas preguntas como estas. Y tuvimos que resolverlas, además, en un tiempo récor y en medio de grandes problemas y sangrientas persecuciones.  Nosotras/os malvivíamos sometidas, por ejemplo, a un imperio más ciego y brutal que el vuestro de ahora. Siempre ha habido imperios, es verdad, pero el nuestro de entonces mantenía una cosmovisión mucho más oscurantista y cerrada que el vuestro. Y en el plano religioso, los rabinos, salvo raras excepciones, eran cómplices del poder de entonces y nos aseguraban que nuestro pueblo, sometido como estaba, era el elegido de Dios. Todos los demás pueblos eran paganos, eran tan miserables que ni dios tenían. Y nos aseguraban los rabinos que, cuando estos que ni dios tenían hacían lo mismo que nosotros hacíamos, ellos adoraban ídolos no al Dios verdadero que era el nuestro, es decir, el de ellos, el de los rabinos.

En este contexto, quienes seguíamos el camino de Jesús lo teníamos muy crudo: nos perseguían porque los judíos consideraban que lo nuestro era una herejía. Nos decían que teníamos que volver a la Ley, a respetar el Templo y a descansar el Sábado o estábamos condenados a no ser pueblo elegido de Dios. Y, si no lo hacíamos, nos perseguían porque en su ortodoxia eran, además, muy fanáticos. Algunos de los nuestros, por temor a los judíos, consentidos por el Imperio, se volvían a sus ritos y tradiciones judías, abandonando el camino de Jesús.

Pero un día a Pablo de Tarso, un judío también fanático, mientras iba por el camino de Damasco a perseguirnos, se le abrieron los ojos y, viendo nuestra desolación, comenzó a defendernos y a decir en público lo que algunos seguidores de Jesús ya mantenían en secreto, que Jesús era Dios. ¡No os imagináis la que se armó! Al principio, nosotros mismos no podíamos creerlo. ¿Quién iba a creer semejante locura? Pensábamos que Dios mismo podría castigar esas alucinaciones de Pablo… Pero las cosas se fueron calmando…  aunque tardó mucho tiempo.

No quiero que sigáis sufriendo por estas cosas. El dolor, al fin y al cabo, pasa, es verdad. Pero yo os escribo para acompañaros en vuestros desafíos de hoy y en vuestras dudas y zozobras sobre el mañana. Nosotros también tuvimos que hacerles frente a los desafíos inmediatos del día a día, envueltos en esa incertidumbre del futuro. Tampoco teníamos seguridad sobre adónde nos llevaría al final nuestro empeño por seguir el camino de Jesús. ¿Era todo una sinrazón, una locura? Solo nos mantenía y alumbraba una voluntariosa esperanza.  Esta, sin saber muy bien cómo, nos empujaba a seguir caminando.

Aunque imprecisa, esa pequeña esperanza nos causaba una dicha que requería eternidad. Ninguna imagen especial teníamos, pero nos agarrábamos a ella, como la rama se agarra al árbol, para afrontar los muchos desafíos que nos llegaban a diario. Y de estos sí que teníamos no solo imagen, sino también presencia física.

Desde esta insegura seguridad que nos proporcionaba la esperanza se nos fueron imponiendo dos convicciones sobre el seguimiento de Jesús que a lo mejor os sirven también hoy día para afrontar vuestros desafíos.  Son estas (y podemos profundizarlos durante la próxima asamblea de Pascua): 1ª que, empeñadas/os como estábamos en seguir a Jesús, el seguimiento no era cuestión tanto de ideas, de doctrinas o de cabeza cuanto de “movimiento de los pies”; y 2ª, que este caminar, como la marea sobre la playa, nos resultaba siempre desbordante y subversivo, algo alternativo. Teníamos entonces ante nosotras la memoria reciente de Jesús, quien tanto con sus manos como con sus pies realizó una práctica subversiva, escandalosa, herética, alternativa…

En fin… ¡¡¡Hasta la asamblea!!

Marcos, evangelista