A propósito de Juan José Tamayo                             Carlos Escudero Freire

EL PAÍS del viernes 16 de marzo de 2012, afirma que Tamayo es la primera víctima de la investigación teológica libre. Si no la primera, es la víctima más reciente de la represión episcopal. Creo que va siendo hora de hacerles frente con firmeza; es urgente desmitificar a la jerarquía eclesiástica.

Creo que el problema fundamental de la jerarquía es que están viviendo en el judaísmo: su estilo de vida y los valores que exigen son los propios de esta religión. Por tanto, no pueden entender el cristianismo y los valores esenciales que le son propios. Me explico. En mi último libro El Evangelio es profano, la dedicatoria reza así: “Al Papa y a la Jerarquía eclesiástica, para que, a imitación de Pedro, inicien el lento proceso de dejar el judaísmo y convertirse al Evangelio”.

 

Pedro y los apóstoles no acababan de entender que Jesús no se presentaba como Mesías aguerrido con fuerza y poder, sino como Mesías servidor de todos y solidario con los más pobres; la jerarquía eclesiástica, por el contrario, ha hecho y sigue haciendo del poder sagrado su baluarte. Desde esas estructuras de `poder y dominio no puede entender adecuadamente el Evangelio, que se ofrece a la humanidad como regalo inestimable; la jerarquía impone “su evangelio” por todos los medios: excomulgando, coaccionando de mil maneras, e intentando hacer callar a los teólogos que la critican, pero que están en comunión con los cristianos de a pie, con hombres y mujeres de otras religiones, y con agnósticos y ateos que, sin saberlo ellos, practican el Evangelio en puntos esenciales.

Cito a los teólogos de nuestro entorno que no están de acuerdo con la teología impuesta por la jerarquía eclesiástica: José María Castillo, José Antonio Pagola, José Arregi y, el más reciente, Juan José Tamayo.

La Ley mosaica y el poder sagrado son propios del judaísmo. La Ley mosaica era una de las instituciones sagradas de Israel, y había que cumplirla incluso en los mínimos detalles. Pues bien, el libro de Hechos de los Apóstoles nos hace ver cómo una facción importante de la Iglesia de Jerusalén, con algunos apóstoles a la cabeza, quería circuncidar a los paganos para ser cristianos; de esa manera tenían que cumplir la Ley de Moisés.

Es decir, el cristianismo venía a ser una prolongación del judaísmo, en lugar de ser algo radicalmente nuevo: “La ley y los profetas llegaron hasta Juan, a partir de ahí se anuncia el reinado de Dios” (Lucas 16,16). El Espíritu Santo, que en la casa de Cornelio el Centurión, descendió sobre los paganos, igual que sobre los judeo-cristianos, vino a desmentir que hubiera que circuncidar a los paganos y y hacerles guardar la Ley de Moisés (Hechos 10). Y en la Asamblea de Jerusalén, Pedro, refiriéndose a la Ley mosaica dijo: “¿Por qué provocáis a Dios ahora, imponiendo a esos discípulos (los paganos) una carga que ni nosotros ni nuestros padres hemos tenido fuerzas para soportar” (Hechos 15,10).

La jerarquía eclesiástica no nos impone directamente la Ley mosaica, pero centra sus leyes en el Código de Derecho Canónico, de donde arranca esencialmente su teología. Que algunos jerarcas nos digan que no estamos en comunión con ellos, hasta debería alegrarnos si estamos en comunión con el Evangelio y con muchos de los cristianos que llevan una vida sencilla, y que entienden mejor que los jerarcas el Evangelio, ya que con su manera de vivir lo están proclamando: “En aquel momento, con la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó: -Bendito seas Padre, Señor de cielo y tierra, porque, si has ocultado estas cosas – los secretos del Reino- a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla” (Lucas 10,21).

La otra lacra de la jerarquía eclesiástica es el poder sagrado. El mundo de lo sagrado engendra poder y dominio sobre los demás seres humanos. Jesús, que estuvo siempre bajo el influjo del Espíritu, rechazó ese poder. ¿Cómo se lo iba a conceder a los apóstoles? El Espíritu crea fraternidad e igualdad en la comunidad cristiana; el poder sagrado, divide, discrimina y subordina.

La jerarquía lleva siglos detentando y ejerciendo el poder sagrado –que encierra los demás poderes-; por eso está incapacitada para entender adecuadamente el Evangelio y no pueden ser “los auténticos intérpretes de la fe”. La sagrada Inquisición, que duró siglos en Europa, buscando, torturando y masacrando a los así llamados herejes, ¿no nos habla de esa incapacidad de la jerarquía para entender el Evangelio? Además, leyendo el Evangelio como hay que leerlo, caemos en la cuenta de que el Evangelio es profano, no sagrado, como la vida misma de Jesús de Nazaret.

Las bienaventuranzas (Mateo 5,3-8), que son la proclamación solemne del reinado de Dios, y que están dirigidas a los discípulos de Jesús y a las personas de buena voluntad, son profanas, es decir, se refieren a la vida normal de la gente y a los avatares de la vida.

Queridos teólogos de vanguardia: Os estamos muy agradecidos por vuestro trabajo liberador. Sabemos que la ley produce esclavos, pero que el Espíritu crea gente libre, porque nos hace realmente hijos de Dios. Os animo a seguir creando espacios de libertad para tantas personas, sometidas y atenazadas por la teología del temor, teología que brota de la jerarquía eclesiástica, de su manera de vivir y de algunos teólogos que le dan su adhesión incondicional